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“Está linda la noche”

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Dicen que esto fue lo último que dijo antes del accidente que anteayer le costara la vida. Una declaración final que cuadra asombrosamente con la persona que fue: un enamorado de la vida que, a los 88 años y habiendo superado una cirugía cardíaca, seguía recorriendo el país, polemizando y sembrando ideas para aguijonear la abulia.

Dicen que esto fue lo último que dijo antes del accidente que anteayer le costara la vida. Una declaración final que cuadra asombrosamente con la persona que fue: un enamorado de la vida que, a los 88 años y habiendo superado una cirugía cardíaca, seguía recorriendo el país, polemizando y sembrando ideas para aguijonear la abulia.

Como su opinión siempre fue desequilibrante de la monótona autosuficiencia nacional, se comió todos los garrones del mundo. Lo acusaron con una vil calumnia, pergeñada por la asociación paradójica e indigna entre militares golpistas y guerrilleros. Era una época en que los extremistas de ambos bandos se aliaban para desprestigiar a los demócratas inteligentes.

Pero él siguió adelante, hablando con la gente. Cuentan que iba por la carretera en su auto viejo y, cuando veía a un trabajador rural en plena tarea, se bajaba y cruzaba a campo traviesa para conocerlo y dialogar. Así ganó la interna de 1989, enfrentándose él solo contra todo el aparato de dirigentes colorados de entonces.

Hizo un culto de dos valores que lo singularizaron siempre: decir la verdad sin medir costos y adelantarse a su tiempo.

Sobre lo primero, alcanza con recordar que fue el único candidato a la Presidencia de 1989 que se opuso a aquella torpe reforma que creaba recursos para aumentos jubilatorios a golpes de voluntarismo constitucional, una medida que explica buena parte de nuestra desventura económica posterior.

Sobre lo segundo, recuerdo especialmente cuando causaba la hilaridad de muchos, hablando de la necesidad de aplicar “caravanas a las vacas”. Eso era la trazabilidad, la misma que hoy posiciona favorablemente a nuestras carnes en el mercado internacional.

Ya ejerciendo la presidencia, reagendó inesperadamente el tema de los desaparecidos durante la dictadura militar. Restauró “el estado del alma” con la Comisión para la Paz. Llegó a visitar en su casa a un muchacho que se negaba a realizarse la prueba de ADN, harto de los anónimos que insultaban y amenazaban a sus padres adoptivos.

Capitaneó el barco en las aguas tormentosas de 2002 y no dudó en tomar medidas drásticas que evitaron el default, aunque significaran un costo político que todavía hoy sigue pagando, en algunos estúpidos comentarios burlones que excretan las redes sociales.

En estos días circula de nuevo su “off the record” de la cadena Bloomberg, uno de los pequeños escándalos que generó por su estilo frontal, sincero y calentón. “Usted es un gran macaneador”, le espetó a un periodista argentino que se quejaba del FMI. “Es la tragedia de los argentinos: se pasan preguntándose quién es el culpable de no ayudarlos, y no se dan cuenta de que tienen que ayudarse a sí mismos. No se dan cuenta de que el idioma que hablan no existe más en el mundo”. Exacta definición del pensamiento mágico que infecta al populismo. Me pregunto si cambiando la palabra “Argentina” por “Uruguay actual”, estas palabras no estarán más vigentes que nunca.

Ayer Julio María Sanguinetti confesó que “con él se va también parte de nuestra vida”. Y me temo que se va aún más: un Uruguay donde el poder político no estaba para descolgar obras de arte. Un país que apostaba al desarrollo y no al pobrismo. Donde ser una persona instruida no era un demérito. El Uruguay de Maggi, de Maiztegui, de Batalla. Seguiremos luchando por recuperarlo, querido Jorge.

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Álvaro Ahunchain

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