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Ley seca de azúcar

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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En mis años mozos aparecieron las primeras marcas de endulzantes. Recuerdo los envases de plástico blanco que decían en letras multicolores "endulza sin calorías".

El MSP de la época obligaba a estampar allí una advertencia: "en caso de consumo prolongado, se recomienda consultar al médico". Lo curioso es que esa alerta sombría estaba escrita en una tipografía minúscula de color amarillo, sobre el fondo blanco del envase. O sea que era prácticamente ilegible.

Pasaron algunas décadas y nos fuimos al otro extremo: la polémica actual entre integrantes del gremio médico y de la industria alimenticia gira en torno a los enormes rombos negros que advierten sobre "exceso de azúcares" o de "grasas saturadas" que las autoridades obligan a exhibir. Estos sí se ven. Se ven tanto, que cuando retiro un pack de helado del freezer del supermercado me tiembla la mano. Porque los fabricantes se empeñan en diseñar etiquetas coloridas, con fotos sacadas para crear appetite appeal, pero resulta que los rombos son, en su tamaño, color y textos, una suerte de antipublicidad. Es como si el mismo fabricante diera en su producto dos mensajes contradictorios: por un lado te dice "esto es exquisito" y por el otro "pero es veneno".

Por eso me pregunto, a riesgo de ser políticamente incorrecto, cuál es el límite entre el benefactor rol del Estado en el cuidado de la salud de la población y una actitud autoritaria de avasallar la libertad de expresión comercial. La recomendación sanitaria podría hacerse exactamente igual sobre la etiqueta de los productos, sin esa exacerbación gráfica que los tiñe de peligrosidad.

No se entiende el criterio: si los alimentos son tan dañinos y perjudiciales, ¿por qué no se legisla para impedir su producción o autorizarla solamente con ingredientes saludables? No imagino que al amparo de esa nueva ley seca se generen mercados ilegales de helados de vainilla y papas fritas. ¿Será la forma de compatibilizar intereses opuestos, entre una DGI que necesita el IVA recaudado por esos productos y una academia que nos quiere evangelizar en alimentación?

Respeto mucho a los profesionales de la salud, más en estos tiempos. Pero realmente el único exceso que veo en este debate, es el de pretender mejorar la alimentación saboteando en forma directa la venta de productos que están autorizados, mediante autoadhesivos catastrofistas.

¿Qué vendrá a continuación? ¿Grandes carteles en las etiquetas de las botellas de vino y cerveza, advirtiendo que quien las consuma puede morir o matar en un accidente?

Se argumenta que a la gente le falta información y eso hace imprescindible que se la advierta de los ingredientes nocivos. ¿Pero por qué de esta manera? ¿Para qué está el sistema educativo? ¿Para qué el generoso espacio publicitario gratuito con que cuenta el Estado a partir de la Ley de Servicios Audiovisuales? Los revolucionarios de manual que se quejan en las redes contra los malvados capitalistas propietarios de las industrias, se olvidan que se trata en muchísimos casos de emprendedores que sostienen sus empresas con el viento en contra de la hiper regulación tradicional de este país, pagando impuestos que se vuelcan a políticas públicas y brindando fuentes de trabajo que aportan salarios y oportunidades a miles de familias.

El Estado debería cuidar la salud de la población por todas las vías educativas y comunicacionales que tiene para hacerlo. No saboteándolos a ellos.

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