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Joaquín: muerte y resurrección

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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Joaquín Oliver ha cumplido un sueño imposible, que nos desvela a todos los humanos desde el origen de la civilización. Volvió de la muerte. 

Venezolano de nacimiento y emigrado con sus padres a EE.UU. en busca de un mejor futuro, Joaquín fue asesinado a tiros hace dos años, con solo 17 de edad, en uno de esos dantescos shootings que acontecen cada tanto en centros de estudio estadounidenses.

Fue a su liceo de Parkland, Florida, como todos los días, y un desquiciado con revólver lo mató a él junto a otros 16 chiquilines. Desde esa tragedia, los padres de Joaquín se convirtieron en activistas por el control de armas en su país de adopción. Y ninguna de sus acciones militantes obtuvo tanta repercusión como la que acaba de ocurrir el mes pasado: Tim Jones, un creativo de McCann New York, tuvo la impactante idea de crear un spot en el que el propio Joaquín, redivivo, contara lo que le pasó y pidiera el voto por los políticos que se oponen al lobby de la industria armamentista.

La pieza puede verse en UnfinishedVotes.com. Distintas fotos de Joaquín fueron digitalizadas para generar el video con la técnica de inteligencia artificial conocida como deepfake: aplicar la cara real de la persona sobre el cuerpo de un actor e imitar digitalmente su voz, para literalmente devolverlo a la vida.

El recurso tecnológico fue presentado hace tiempo, distorsionando un video a cámara del expresidente Obama, al que se le hacían decir insultos disparatados. Habilita a poner cualquier cosa en boca de cualquier persona, porque la manipulación digital es tan realista que es imposible descubrir el engaño. Meses atrás se viralizó un video en el que supuestamente Federico García Lorca recitaba a cámara su hermoso poema Casida de la muchacha dorada (puede verse en el canal de Youtube FaceToFake). En realidad no hay registros audiovisuales de Federico, salvo algunas filmaciones caseras mudas en ocho milímetros. Entonces, verlo mirando fijamente a cámara, diciendo una de sus obras, provoca una impresión difícil de igualar.

Otro tanto pasa con el spot publicitario de Joaquín que, en un entorno urbano, con chiquilines jugando al básquetbol a su espalda (a él le encantaba ese deporte) interpela duramente al espectador: “Morí hace dos años, hermano, y nada cambió. Siguen matando gente con armas de fuego. Todos lo saben y nadie hace nada. Estoy harto de esperar que alguien venga a arreglar esto. La elección de este noviembre es la primera en que yo pude haber votado, pero no podré elegir el mundo en el que me hubiera gustado vivir. Votá por políticos a quienes les importe más la vida humana que el lobby de los fabricantes de armas. Votá por mí, porque yo no puedo”. La contundencia del mensaje no se da tanto por lo que dice, que es razonable y compartible, sino por quien lo expresa: es más que un actor que interpreta el rol de la víctima, es la víctima misma. Como toda idea extrema, era obvio que esta también tendría sus detractores: hay quienes dicen que es inmoral apropiarse de la imagen de un muerto para hacerle dar un mensaje político, por más que sus padres lo hayan autorizado. Según consigna un artículo aparecido en El Observador, el padre de Joaquín respondió a las críticas redoblando su apuesta persuasiva: “¿Qué es lo realmente inmoral? ¿Nuestro video o la forma en la que los políticos gestionan la violencia por armas de fuego en este país?”

La comunicación que rompe paradigmas, que se sale de la caja, genera siempre ese tipo de polémicas.

La transgresión en la forma del mensaje, ¿lo hace admisible o rechazable más allá de su contenido? Lo evidente es que le aporta una notoriedad inédita, que ha trascendido fronteras.

El ejemplo debería inspirar a nuestro gobierno en el uso de este tipo de herramientas para persuadir a la opinión pública sobre los problemas sociales que nos aquejan. De la campaña electoral de 2019 hasta hoy, si algo quedó demostrado es que el comando comunicacional del Partido Nacional y del actual gobierno ha trabajado con extraordinario profesionalismo. Llegó la hora de expandir esos efectos, valiéndose de la comunicación persuasiva con el fin de incidir en asuntos que impactan en nuestra cotidianeidad. Por ejemplo, el consumo de drogas duras, que genera hechos de violencia cada vez más graves y frecuentes.

O la exasperación generalizada de ambos extremos del espectro ideológico, toreándose y empujándose mutuamente hacia una radicalización de imprevisibles consecuencias.

Los sistemas público y privado de comunicación tienen mucho para aportar en el zurcido de las diferencias y apología de la tolerancia. Fue destacable la ubicuidad y pertinencia con que los creativos publicitarios uruguayos adaptaron sus campañas al tiempo de la pandemia, creando mensajes esperanzadores que contrarrestaran las angustias del confinamiento forzoso. Son mentes brillantes que no solo tienen buenas ideas, sino que entienden de objetivos de comunicación y estrategias persuasivas. Hay que contar con ellas, no solo para vender jabones y automóviles. También y sobre todo, para mejorar nuestra castigada convivencia.

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