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Invasión Borges

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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Aun sin habérselo propuesto y a 34 años de su muerte, Jorge Luis Borges sigue poniendo en ridículo al populismo argentino.

Contra los intelectuales orgánicos que todavía hoy repiten la tontería de que el gran escritor era un diletante político, lo cierto es que Borges sabía muy bien lo que significaban los totalitarismos y los denunciaba con el mayor rigor: “estoy contra el fascismo, el marxismo y el peronismo porque esos movimientos son formas del fanatismo y la estupidez", escribió una vez.

Esa lucidez relumbra nuevamente, porque en los últimos días del año que ha terminado, el gobierno argentino decidió quitar de la fachada del Centro Cultural Kirchner una frase de Borges que había sido instalada antes, con ingenio, durante el gobierno de Mauricio Macri: “Nadie es la Patria, pero todos lo somos”, se leía allí en letras luminosas.

Hernán Lombardi, que desempeñaba en 2015 la titularidad del CCK y del Sistema Federal de Medios Públicos, había evaluado la posibilidad de cambiar de nombre al Centro Cultural, dado lo poco que tenía que ver el expresidente Néstor Kirchner con la cultura. Pero el gobierno de entonces desistió de la idea para no estimular innecesariamente esa penosa polarización de la sociedad argentina que llaman "la grieta". En su lugar optó por posicionar la sigla CCK y exhibir la cita de Borges en la fachada, en sutil cuestionamiento a los personalismos totalitarios. Una lección muy válida para quienes desde un peronismo prebendario, se arrogaron durante décadas el derecho de decidir quién era patriota y quién traidor, quién podía trabajar y a quién había que declarar la muerte civil.

Pero el gobierno de Alberto Fernández tuvo tiempo para “corregir el problema”, borrando a Borges y su lección democrática del frente del edificio. Por supuesto que la oficina de prensa del CCK adujo que la decisión no tenía nada que ver con lo ideológico, sino que “la voluntad es preservar la fachada y no incorporar elementos invasivos en la misma".

Y en parte son sinceros, porque desde la década del 30 del siglo pasado, la lucidez genial de Borges ha sido un verdadero azote contra sus pretensiones de hegemonía cultural, convirtiendo al escritor en un “elemento invasivo” que siempre procuraron erradicar, para “preservar” sus liderazgos prepotentes y fascistoides.

Alcanza con evocar la anécdota que el propio Borges refiere en su autobiografía: cuando Perón asume el poder en 1946, el escritor, que dirigía una modesta biblioteca municipal, es expulsado de allí y designado por el régimen “inspector de aves y conejos en los mercados”. "Me presenté en la Municipalidad para preguntar a qué se debía ese nombramiento. 'Bueno, usted fue partidario de los aliados durante la guerra, entonces, ¿qué pretende?' Esa información era irrefutable y al día siguiente presenté mi renuncia", recuerda en ese texto.

En 1973, Borges ejercía la dirección de la Biblioteca Nacional (la "magnífica ironía de Dios", de su hermoso Poema de los Dones). Perón vuelve a Argentina, reasume el poder y lo obliga a jubilarse de apuro, sin tener siquiera en consideración que ya era reconocido como uno de los escritores más importantes del mundo.

El inspector de aves y el jubilado a prepo, el mes pasado recibió un tercer desaire de los trogloditas que confunden cultura con obsecuencia. Una nueva demostración de lo mucho que les sigue molestando.

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