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Humanismo olvidado

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Hay una percepción muy extendida que identifica la llegada del FA al poder en 2005, con una refundación del apoyo del Estado a la cultura.

Hay una percepción muy extendida que identifica la llegada del FA al poder en 2005, con una refundación del apoyo del Estado a la cultura.

Es una visión parcial y sesgada. Porque si bien es cierto que durante estos tres últimos gobiernos se dio impulso a acciones culturales de gran valía -como los fondos concursables y de mecenazgo, dos viejas aspiraciones para el fomento de la creación- no lo es menos que desde 1985 se lograron muchas conquistas en este plano, algunas hoy discontinuadas, y otras felizmente vigentes.

Gestores excepcionales como Tomás Lowy, Alejandro Bluth y Jaime Yavitz en gobiernos colorados, o Julián Murguía y Roberto Jones en el del Partido Nacional, concretaron, sin anuncios rimbombantes, positivas acciones de política cultural. Pienso en el circuito municipal creado por Bluth, o el teatro en el aula que inventó Lowy, o la colección más vasta de libros de dramaturgos uruguayos que editó Murguía, o las coproducciones con el teatro independiente que impulsaron Jones y Yavitz.

En los gobiernos departamentales y nacionales del FA ha habido también figuras clave, notables dinamizadores de la cultura que deben ser reconocidos del mismo modo, sin favoritismos partidarios: Gonzalo Carámbula, una especie de padre de la gestión cultural profesional, y personalidades que presidieron el Sodre en distintos períodos, como Júver Salcedo, Nelly Goitiño, Fernando Butazzoni y Jorge Orrico.

Es inocultable la evidencia de que algo ha decaído en la profesionalización cultural en los últimos tiempos. Gente valiosa como Héctor Guido y Gerardo Grieco ya no dirigen políticas públicas. Por su parte, el penoso alejamiento de Orrico, como chivo expiatorio de un pecado administrativo completamente ajeno a su responsabilidad, coloca en la presidencia del Sodre a un dirigente político que puede ser muy respetable, pero a quien no se le conocen méritos en esta especialidad.

Paralelamente, distintos sectores del FA han puesto sobre la mesa proyectos destructores de la cultura, como la iniciativa de las multinacionales de Internet de legislar en contra del respeto a los derechos de autor, o la más reciente decisión de impedir que las universidades privadas sean destinatarias de las donaciones de empresas con exoneración de impuestos, una buena idea que había sido promovida por el mismo FA en su primer gobierno.

En el primer caso, el dislate de algunos sectores frentistas de correr detrás de los intereses corporativos de Creative Commons, los expuso al repudio de la casi unanimidad de los escritores compatriotas. En el otro, se pusieron en contra a vastos sectores de la comunidad académica que, a diferencia de lo que algunos políticos suponían, han integrado desde siempre las iniciativas públicas y privadas en armonía colaborativa.

Cada vez encuentro más amigos de izquierda que expresan su decepción por un gobierno que se aparta del espíritu humanista y se embarra en la política pequeña, haciendo explícitas sus desavenencias sectoriales y ventilando públicamente sus peleas por espacios de poder.

A algunos empieza a hartarnos la soberbia con que se defiende lo indefendible, la incapacidad ya permanente de pedir perdón ante faltas inexcusables, y el diletantismo con el que algunos legisladores inexperientes pretenden descubrir la pólvora. No creo que en 2005 hayan refundado algo. Pero estoy seguro que para 2019 habrá que refundar la izquierda. 

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Álvaro Ahunchain

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