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"Hagansén cargo"

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Así gritaba un abogado (sí, ¡un abogado!) a un puñado de policías, en el video del desalojo del Codicen presentado anteayer por el Ministerio del Interior.

Así gritaba un abogado (sí, ¡un abogado!) a un puñado de policías, en el video del desalojo del Codicen presentado anteayer por el Ministerio del Interior.

Bastó con que un agente lo corriera de lugar, para que chillara “no me peguen, no me peguen”. Por allí aparece la inefable Irma Leites, diciendo “yo soy de la organización de derechos humanos, no los toquen a los gurises”. El responsable del operativo la llama por su nombre de pila, como el defensa de un cuadro que está acostumbrado a vérselas un día sí y otro también con el atacante del equipo contrario.

Pero el momento más penoso y revelador es cuando uno de los ocupantes, bastante mayorcito para ser liceal y con mate en mano, le dice una y otra vez al policía: “Si no nos van a hacer daño, entonces nos quedamos acá”. “Las opciones son dos: o nos hacés daño o nos quedamos”. “Entonces nos tenés que hacer daño”. El tipo parece estar pidiendo al policía que le pegue. Lo está toreando para que lo haga, así las camaritas de sus compinches muestran la tan ansiada y rendidora represión. Es el mismo “no toquen a los gurises” de Leites: ella ve que nadie lo hace, pero su negocio es instigarlos para radicalizar el conflicto, o como se decía en los tristes sesentas, acentuar las contradicciones.

Todo esto se traduce en un repugnante espectáculo de adultos inescrupulosos que usan a los adolescentes como carne de cañón (una película que ya vimos en el pasado), sirviéndose de cualquier excusa circunstancial para jugar tonta e irresponsablemente a la revolución. Es la ética ciega de los ultras: creen que dejando un muerto civil en la calle moverán a las masas a rebelarse y acompañarlos en su pueril gesta anticapitalista. Se busca mártir, preferentemente joven y sin experiencia.

Citando fuentes de la Dirección de Inteligencia del Ministerio del Interior, El País informa que esa cincuentena de barrabravas, cada vez que termina una de sus asonadas, se escapa a esconderse a la Facultad de Ciencias Sociales. No he leído hasta ahora ningún comunicado de dicha casa de estudios refutando esa grave acusación.

Los bienpensantes de izquierda hacen cola para pegarle a la policía, como si la represión de hoy fuera contra los que militábamos por la democracia y la libertad hace cuarenta años. Hay una mezcla de haraganería intelectual y simplismo ideológico que impide ver las cosas como realmente son: el Estado tiene el derecho y la obligación de ejercer el uso de la fuerza para contener a quienes atentan contra la seguridad pública.

Y paralelamente, el origen de este conflicto, que es la pelea por el presupuesto educativo, no parece encontrar solución en las nuevas movidas del gobierno: repiten la fantasía del seis por ciento y proponen reeditar el Congreso en el que dirigentes sindicales radicales, no representativos de los docentes, volverán a trancar los cambios.

Para hacer lo que hay que hacer, alcanza con sentar en una misma mesa a un técnico por partido. Los nombres ya los conocemos todos: podrían ser perfectamente Fernando Filgueira por el FA, Pablo da Silveira por el PN, Robert Silva por el PC y Javier Lasida por el PI. Estoy más que seguro, convencido, de que estos cuatro expertos llegarían rápidamente a un acuerdo sobre los cambios que hay que implementar en forma urgente. Porque la realidad, analizada con conocimiento y honestidad intelectual, puede mucho más que las payasadas ideológicas y corporativas. 

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Álvaro Ahunchain

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