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El Frente en terapia

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La inminente consulta electoral del FA presenta un interesante caso de comunicación política. El spot institucional es inusual: muestra un país literalmente vacío. Calles y campos sin gente. Solo se ven banderas de Otorgués en balcones, azoteas, autos, pasacalles y mástiles. El locutor adjetiva largamente la palabra “nosotros”: “convencidos, orgullosos, optimistas, discutidores, desencantados, sensibles, militantes, apasionados, pensadores, discrepantes”.

La inminente consulta electoral del FA presenta un interesante caso de comunicación política. El spot institucional es inusual: muestra un país literalmente vacío. Calles y campos sin gente. Solo se ven banderas de Otorgués en balcones, azoteas, autos, pasacalles y mástiles. El locutor adjetiva largamente la palabra “nosotros”: “convencidos, orgullosos, optimistas, discutidores, desencantados, sensibles, militantes, apasionados, pensadores, discrepantes”.

Es significativo ver cómo el estilo tradicional de este tipo de piezas publicitarias, que apela a contagiar euforia y con ello a convocar al voto con entusiasmo, en este caso cambia por su extremo opuesto, más parecido a una melancólica terapia de grupo. La soledad que muestran las imágenes es ilustrativa del desinterés que despierta la elección y, peor aun, del posible abstencionismo que sus organizadores ya advierten. El mensaje tiene un claro componente sincericida: transmite notablemente el desencanto al que refiere su propio texto, débilmente contrapesado con referencias esperanzadoras que el relato visual no hace sino contradecir. Parece que el único símbolo de unidad y consenso fuera la bandera. Y a esta altura, basta leer los diarios para comprobar que es exactamente así.

El FA se encuentra en la encrucijada de no poder reivindicar su gestión, porque no resultaría creíble frente a la acumulación de problemas recientes y heredados de la administración Mujica. Tampoco puede apelar a la imagen de sus principales líderes, porque todos sabemos que están en posiciones irreconciliables. Y tampoco mostrar su gran fortaleza de otros tiempos, la contagiosa militancia juvenil, debido a que esos fuegos están momentáneamente extinguidos. Recordemos los spots de 2014: la gente moviendo los brazos y cantando aquel tarareo triunfalista. Con involuntaria precisión, lo que el spot transmite es que esa misma gente sigue mostrando la bandera, pero ya no está dispuesta a dar la cara.

“No queremos ver a nadie confundido, desalentado, resignado, desmovilizado”, expresa el candidato Roberto Conde, cuyo críptico eslogan es “el cambio que cambia”. “¡Estamos inquebrantablemente unidos!”, grita en un acto en el interior. La retórica desnuda las carencias en forma de expresiones de deseo. Javier Miranda sale en un spot a exigir transparencia de gestión, en alusión implícita al modus operandi mujiquista. Alejandro Sánchez admite que el FA “ya no es ni una murga, porque los coros de las murgas están afinados” y que se ha convertido en “una olla de grillos”. Los candidatos se esfuerzan por abrazarse y coincidir en público, mientras se enfrentan veladamente o en privado, o sea al revés de lo que se espera de cualquier campaña electoral. La interna hierve pero el mensaje, lejos de ser heterogéneo, es monolítico y centralista: vayan a votar.

De lo poco que se escribe sobre tan tibia campaña, destaco una reveladora reflexión del frenteamplista José Legaspi en Uypress.net. Se pregunta cómo va a actuar el presidente del Frente Amplio “cuando se destapen casos de corrupción y mala gestión que han protagonizado compañeros de su fuerza política”. Cita como ejemplos las “estafas” en la venta de software y casas prefabricadas a Venezuela, así como también las comisiones por negocios con ese país, que cobra “una empresa uruguaya con la participación de un diputado” del oficialismo. Y el misterio pare-ce aclararse: con un panorama así, ¿quién se animaría a dar la cara?

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Álvaro Ahunchain

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