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Florencio secreto

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Álvaro Ahunchain
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El domingo pasado, la Asociación de Críticos Teatrales del Uruguay celebró una nueva edición de los Premios Florencio. La gala realizada en el Teatro Solís reencontró a una comunidad artística que había ofrecido más de doscientos estrenos a lo largo del año.

Algunos se quejan de una producción tan prolífica, en un mercado tan pequeño. Quien esto escribe lo ve de otro modo: más allá del éxito de taquilla, es una bendición que tanta gente destine su tiempo a una labor creadora que estimula el enriquecimiento cultural, en lugar de quedarse en casa mirando telenovelas turcas. Las decisiones del jurado de los premios Florencio siempre son discutibles, como toda instancia en que se ponen en competencia obras de arte que no nacieron para ese fin. Pero más allá de cualquier reparo, no hay duda de que representan una valiosa promoción del teatro nacional.

Sin embargo, el hecho de que el domingo se haya distinguido a espectáculos sobre textos de Pablo Picasso y Bertolt Brecht, y galardonado a destacadísimos actores, escritores y diseñadores, es uno de los secretos mejor guardados por los medios audiovisuales de comunicación.

El dramaturgo Federico Roca se preguntó en las redes por qué ningún canal de televisión difundió el evento, como sí se hace cada año con los premios Iris y hasta, colonialismo cultural mediante, con el argentino Martín Fierro.

La respuesta que me dio una crítica integrante de ACTU no me sorprendió. Desde hace unos años, los canales abiertos de gestión privada no manifiestan interés en difundir esta gala. Seguramente no les cierran los números: bajo nivel de audiencia, escasa o nula venta de publicidad y altos costos de producción. En particular VTV, siempre tan sensible a la difusión carnavalera, se limitó en este caso a pasar un presupuesto. Es comprensible: en el Uruguay de hoy, la murga atrae más televidentes y patrocinadores que Brecht y Picasso. ¿Pero qué hay de la televisión pública, cuya misión no es generar utilidades sino difundir cultura? La misma televisión pública que realizó una impresionante cobertura de los recientes festivales de rock y cumbia, se excusó ante ACTU por no disponer de los recursos para transmitir la mayor fiesta del teatro. Así estamos.

Quienes asistimos a la ceremonia, tuvimos la felicidad de aplaudir de pie a homenajeados célebres, leyendas vivientes del teatro uruguayo como Pepe Vázquez, Julio Calcagno y Juan Jones. El público televidente se perdió ese justo y emotivo reconocimiento, no porque no le interesara, sino por la omisión de quienes tenían la responsabilidad de difundirlo. Este parece ser el Uruguay que heredamos. Alguien podrá decir que el desinterés por la cultura de calidad es una realidad internacional. Puede ser.

La diferencia consiste en que, en los países occidentales más avanzados, los Estados compensan la debilidad de la demanda, potenciando la oferta con subvenciones y planes sostenidos de comunicación pública. En Uruguay, los emprendedores culturales vamos a la guerra con un grisín en un doble frente: por un lado contra un acotado subsidio estatal, más sensible a los gustos masivos e ideológicamente afines y, por el otro, contra una oposición liberal que descree de la subvención a las artes, cual si fuera tan costosamente inútil como reabrir el Frigorífico Nacional. Popularizar las expresiones elevadas de la cultura es el primer paso hacia una sociedad integrada y tolerante, que es lo que más nos falta.

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