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Del flaco Spinetta

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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Ocurrió en 1995. Por una vez en la vida, pueriles revistas argentinas de chimentos tuvieron una foto de portada realmente buena. Obviamente, esa calidad no provino de la línea editorial de las publicaciones, siempre atentas a la frivolidad de la noticia más banal.

Todo se debió a un chispazo de genio de Luis Alberto Spinetta. Resulta que esos periodistas de contenidos chatarra se enteraron de que el gran músico andaba de amores con Carolina Peleritti, una top model altamente mediática por entonces. Un ejército de paparazzis llenó la recepción del hotel donde se encontraba la pareja, a la espera de obtener una de esas redituables fotos que avasallan la intimidad de las personas. Consciente de tal molestia, el flaco Spinetta salió a enfrentar la turba de reporteros gráficos con un cartel colgado al cuello en el que escribió: “Leer basura daña la salud. Lea libros”. Por primera vez en la historia, las revistas de contenido estúpido publicaban en sus portadas un mensaje que las dejaba explícitamente al descubierto. La trama de ese gran momento ha sido narrada por Jorge Bernárdez y Luciano Di Vito en su libro El fin del periodismo. Cuentan que Spinetta estaba harto de la persecución mediática y llamó por teléfono al jefe de redacción de la revista en cuestión: “¿Vos sos el tipo que me está cagando la vida?”, le preguntó. El interlocutor, que era además un gran admirador del músico, le respondió avergonzado que el destinatario de la cacería no era él, sino su novia:

-¿Y qué tengo que hacer para que dejen de perseguirme?

-Salí a la calle, ahí están Gente, Caras y Pronto. ¿Sabés por qué están todos? Porque yo no levanto la guardia de Gente. Si levanto la guardia, se van.

-¿Y qué tengo que hacer para que la levantes?

-Salí un minuto, que te cag... a flashazos y yo levanto la guardia.

-Lo voy a hacer.

Y así fue. Spinetta les dio la foto que querían para dejarlo en paz, pero a cambio legó un ejemplo de inteligencia y rebeldía contra la popularización de la pavada.

La anécdota me vino a la memoria en estos días, en que mi habitual seguimiento de las redes sociales me llevó a un nivel de hartazgo por la inconmensurable cantidad de tonterías que se están posteando respecto a la emergencia sanitaria. Teorías conspirativas de todo tipo, escraches públicos de una violencia inusitada contra una señora que contrajo el virus, burlas e insultos al gobierno por lo que hace y por lo que no hace, chistes y chascarrillos de un nivel de puerilidad difícil de superar...

Las redes sociales se han convertido en una caja de resonancia perfecta de nuestras histerias y sobre todo, de nuestra desagradable combinación de ignorancia y soberbia (no me excluyo).

Estamos ante una circunstancia absolutamente excepcional, jamás vivida por ninguno de nosotros, y sin embargo todos nos ponemos a dar cátedra sobre lo que hay que hacer, nos sentimos con derecho a descuartizar en público a un semejante o nos hacemos los inteligentes con chistecitos de cuarta.

No cuestiono el humor en situaciones críticas, al contrario, lo reivindico como una herramienta saludable que distancia y a la vez expone los problemas bajo una luz nueva. Lo lamentable es la calidad de mucho de ese humor, cuando se concentra en agraviar al prójimo y revelar el talante insolidario y discriminador de quien lo formula.

Por eso hoy más que nunca vale recordar el cartel que el flaco Spinetta se colgó del cuello hace 25 años. Cuidemos la salud, leyendo libros.

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