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Ese día comercial

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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Todos los años pasa lo mismo. Llega el Día de la Madre y desde las redes sociales, los medios de comunicación e incluso el sistema publicitario, se pone en discusión la pertinencia de su finalidad comercial.

Ahora anda circulando un texto que rememora a Anna Jarvis, la estadounidense que inventó la efemérides.

La cita de Wikipedia se ha diseminado por doquier: "hacia 1920, se percató de la comercialización generalizada de la idea y manifestó su desacuerdo con las motivaciones que fueron dándose para la conmemoración. Esto la hizo luchar en contra de este proceso que consideraba ilegítimo, hasta el punto de que en alguna ocasión fue arrestada por perturbar la paz”.

Ese desagrado por la mercantilización de una celebración que apunta a algo tan emocional como el vínculo madre-hijo, no es casual que se dé también en nuestro país.

Hay un prejuicio ideológico muy yorugua que identifica al mercado con una conspiración pergeñada por ambiciosos capitalistas, voraces de sangre trabajadora a la que explotar y vender productos inútiles.

Son años de catecismo gramsciano, cuyos ecos aún hoy, a tres décadas de la implosión del marxismo-leninismo, suelen colarse en las reflexiones de acreditados políticos e intelectuales compatriotas.

La realidad, sin embargo, pone las cosas en su lugar: la crisis global por el coronavirus demuestra a las claras qué pasa cuando la actividad comercial se detiene.

Algunos, con espíritu hippie, se congratulan de los cisnes que toman sol en los canales de Venecia, y llegan al extremo de bendecir a la pandemia como una especie de revancha de la naturaleza contra la maldad humana.

Pero otros piden (pedimos) que el terrible parate productivo y comercial concluya lo antes posible, porque las secuelas económicas que está dejando, sobre todo en las familias más humildes, se pueden tornar incontrolables.

Y allí es donde deberíamos explicar a muchos revolucionarios trasnochados qué es realmente el mercado. A quienes se complacen de que ahora la gente aprendió a vivir sin gastar en restaurantes ni en noches de descuentos, habría que explicarles que esas conductas aparentemente frívolas generan puestos de trabajo que permiten dignificar la vida de muchos. Que con sus inventos tecnológicos, villanos como Bill Gates y Steve Jobs no solo hicieron la vida más eficiente y confortable para millones de personas: también generaron nuevas oportunidades comerciales y con ello garantizaron el sustento de miles de millones en todo el mundo.

Da lástima volver a leer cada tanto el argumento pueril, realmente estúpido, de que la concentración de la riqueza de un puñado de poderosos es a expensas de la pobreza de las mayorías. Los innovadores, los que generan productos que responden a nuevas necesidades, al mismo tiempo que ganan mucha plata para sí, están generando riqueza para toda la sociedad, agrandando una torta que beneficia al comerciante, al transportista, a la extensísima cadena de emprendedores y trabajadores que se benefician de esos avances.

Por eso no nos quejemos de que la Cámara de Comercio pida la postergación del Día de la Madre para el 7 o el 14 de junio. No es pecado que quienes pueden, compren regalitos. Es la condición necesaria para que el mercado funcione y, con él, distribuya recursos genuinos y oportunidades de superación a toda la sociedad.

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