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Érase una vez un país imposible

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Álvaro Ahunchain
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Pro Universitarios, una red de medios que nuclea a docentes, estudiantes y egresados de todas las universidades del Uruguay, difundió a fines del mes pasado los resultados de su última encuesta anual, sobre los lugares donde les gustaría trabajar después de recibirse a quienes cursan las distintas carreras de grado.

El resultado repite lo que había surgido en una encuesta anterior: en forma mayoritaria, los estudiantes universitarios uruguayos preferirían conseguir trabajo en organismos del Estado y empresas públicas.

Los datos son contundentes.

La consulta, desarrollada por la empresa Radar, recoge las expectativas laborales de 2.700 estudiantes de grado, posgrado y carreras técnicas, tanto de instituciones públicas como privadas.

Los destinos profesionales que ocupan los cinco primeros lugares en el ranking elegido por los de Ciencias Económicas y Administración son el Banco República, el Banco Central, la Dirección General Impositiva, el Ministerio de Economía y el Banco de Previsión Social. Luego vienen cuatro empresas curiosamente privadas, y el top ten se cierra, como no podía ser de otra manera, con Antel.

Por su parte, nueve de los diez lugares que eligen los estudiantes de Ciencias Sociales son organismos públicos: Mides, Udelar, INAU, MEC, OPP, Plan CAIF, ANEP, INE.

Y lo mismo sueñan los de Derecho: ocho de cada diez optan por el calorcito del Estado.

Después nos sorprendemos cuando se presentan miles de postulantes a cargos de barrenderos municipales o auxiliares de lavandería de una empresa pública, como ha ocurrido, al extremo de que haya tenido que sustituirse el concurso por un más pedestre sorteo. (Es así: en la idiosincrasia yorugua, acceder a un empleo público es como ganar el Cinco de Oro). ¿Cómo no van a demostrar esa compulsión al empleo público las personas con menor formación, si hasta los universitarios lo prefieren a las inquietantes inclemencias del sector privado?

No es un problema de incapacidad política de quienes nos gobiernan: es ya un lóbulo del cerebro nacional, ahí cerquita del que regula la dopamina que nos genera el fóbal y la cumbia cheta.

Se suponía que el rol de las universidades era formar profesionales que se convirtieran en agentes de cambio, cuestionadores del statu quo, disconformes, innovadores. Lo que parece que están formando mayoritariamente es aspirantes a burócratas.

Me haría mucha gracia, si no me deprimiera, que la mayoría de los universitarios uruguayos en lugar de apostar a convertirse en emprendedores, (soñadores que paren un proyecto y luchan denodadamente por concretarlo, para beneficio de sí mismos y de la sociedad), optan por ser los inspectores de la DGI que van a revisar con lupa a aquellos, para ver cuánto más los pueden hacer tributar.

Es el mismo Uruguay que reclama el 6% del PIB para la educación, como si fuera más importante asegurarse una parcela del gasto público por ley, que hacer crecer ese PBI educando a nuestros niños y jóvenes con más creatividad y espíritu crítico.

El mismo en el que la fuerza política mayoritaria del país pone a sus economistas a discutir en el vestuario del Palacio Peñarol, para ponerse de acuerdo en subir impuestos "al capital", como si eso no diera como resultado retracción de la inversión y caída de los puestos de trabajo.

Por eso uno lee estas cosas y tiene la sensación de que vivimos en un país imposible: un país que se niega a aceptar que la prosperidad no llueve del cielo estatal ni sale de las ubres perversamente llenas de esos malvados capitalistas explotadores.

Un país donde los políticos tienen chofer, secretaria y celular gratis, mientras los pequeños empresarios se devanan los sesos cada fin de mes para pagar DGI, BPS y Fonasa.

Quiero contrastar esta realidad patética, a la que estamos tristemente acostumbrados, con otra bien diferente, que renueva la esperanza en las reservas morales del paisito. Por razones laborales he participado estos últimos meses en un programa de apoyo a mujeres emprendedoras del interior.

Cuando hicimos el llamado a interesadas en cinco localidades, la respuesta superó nuestras expectativas. Y allí fuimos testigos del interés con que cientos de mujeres, provenientes en su mayor parte de niveles socioeconómicos desfavorecidos, tomaron clases y recibieron consejos para potenciar sus emprendimientos personales y familiares: desde la venta de tortas hasta una peluquería, pasando por tejedoras, artesanas y un largo etcétera.

Hay un Uruguay que no es visible en los medios masivos, de personas humildes que no se creen el verso del Estado proveedor y que quieren capacitarse para ganarse el pan realizando sus sueños.

Ojalá muchos de los que nos rompen los ojos y los oídos todos los días, con sus reclamos quejosos e impertinentes o con su refinado cinismo estatista, recibieran ese precioso ejemplo.

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