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Desarme liberal

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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Recomiendo la entrevista publicada este fin de semana en Sábado Show, donde Rodolfo Fattoruso se pronuncia con elocuencia sobre la situación cultural del país.

Estoy de acuerdo con algunas de sus opiniones y discrepo con otras, pero no tengo dudas de que esta es la clase de debates que debemos instalar en un contexto ganado por la inmediatez más superficial. Aplaudo lo que dice al principio: "lo que atenta contra la cultura no es el cambio tecnológico sino la falta de urgencia y de vértigo para conocer, la celebración de la ignorancia, la indulgente ausencia de sentido crítico". A partir de esa premisa, Fattoruso establece un punto de partida del análisis que para mí es discutible: "en Uruguay la cultura es básicamente marxista, y en algunos grandes sectores abiertamente estalinista". Al combate contra ese autoritarismo intelectual, destina un libro que ha titulado "Liberalismo armado".

Admito que a partir de la generación del 45 se dio un proceso claro de izquierdización del discurso cultural, que se acentuó con la del 60. Autores muy influyentes como Benedetti y Galeano matrizaron un clima ideológico que la feroz represión de la dictadura no hizo más que sacralizar. Recuerdo que en publicaciones liberales de los años 80, como Opinar, Correo de los Viernes, Jaque, La Democracia y Punto y Aparte, se libraba con mucha fuerza la batalla contra ese pensamiento pretendidamente hegemónico. Lo mismo en otras de los 90, como Posdata y Tres. Los jóvenes liberales de entonces abrevábamos en Karl Popper y Raymond Aron, para echar luz sobre el carácter totalitario del marxismo, pero siempre con una delicadeza que impidiera que nos tildaran de funcionales a la dictadura.

Coincido con Fattoruso en que fuimos derrotados: buena parte del discurso intelectual del presente está viciado de los lugares comunes sesentistas, ¡aun cuando hasta el mismo Galeano abjuró de algunos de ellos!

Pero de ahí a sostener que la cultura del país esté cooptada por esa ideología, hay un gran trecho. Basta con leer la profusa y exitosa producción de Carlos Maggi y Lincoln Maiztegui, para admitir que no es así. Son autores que incomodan al intelectual promedio, pero ahí están: nunca callaron y siempre se alzaron contra el maniqueísmo tan afecto al análisis progre. Recuerdo al dramaturgo Ricardo Prieto, que desde una convicción anarquista y libertaria, en su obra "Asunto terminado" no tuvo reparos en colocar el nombre de Fidel Castro junto a los de Hitler, Stalin y Pinochet. Felisberto Hernández también renegaba del marxismo y nadie ha dejado de reconocerlo por eso.

Identificar a la cultura uruguaya con un sistema de ideas es, más que reflejar la realidad, simplificarla. Y a los intolerantes de izquierda eso les viene como anillo al dedo, porque para resultar creíbles, necesitan un enemigo que los insulte y acuse de todos los males.

En mi opinión hay un "marxismo ambiental", usando el adjetivo que Fernando Andacht aplicara al batllismo, que incide en los esquemas de pensamiento y creación y que se asienta en aquellos antecedentes, sumados a una no menor pereza intelectual. Pero el deterioro de la cultura no se origina solo en una ideología ni en la verborragia procaz de un expresidente. Está en la decadencia general del modelo educativo y en la irresponsabilidad de ciertos medios de comunicación de masas cultores del populismo, que apuestan más al rating que a la promoción del conocimiento y la reflexión.

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