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La tiene clara

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álvaro ahunchain
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El sábado pasado, Leonardo Haberkorn publicó en El Observador una entrevista a la candidata a vice que no fue, Mercedes Clara.

Leyendo sus lúcidas opiniones, uno no puede menos que reconocer el ojo de Daniel Martínez al haber pensado en ella (obviaré referir cómo terminó su proceso de selección de compañera de fórmula, por todos conocido).

Lo que más sorprende es la convicción pragmática con que Clara defiende su vocación social, que rinde tributo a la obra del padre Cacho y refleja un espíritu solidario presente en muchas personas y organizaciones de la sociedad civil.

Es bueno que la iglesia católica, usualmente defenestrada por cierta intelectualidad progre, sea reivindicada por ella en lo que realmente aporta a nivel del territorio: “una iglesia que tiene una preocupación genuina por el otro, muy lejos de los dogmas”. Dice que pertenece “a un modo de ser iglesia” donde “rezar no es volarse, sino adentrar los pies en la tierra. Donde el poder es servicio, y se multiplica trabajando con otros”. En un país que enmascara su utilitarismo hedonista en un menoscabo permanente de las instituciones que privilegian lo espiritual, hacía falta que alguien de izquierda incurriera en una reivindicación tan fuera de moda como justiciera.

Resulta también impactante su reflexión sobre la tarea periodística, cuando narra que preparó una nota reportaje para el semanario Brecha sobre la gente en situación de calle, “y me llevó tres meses, porque yo pasaba horas, días, escuchando, buscando que lo que saliera no fuera mi palabra traduciéndolos a ellos, sino de verdad su palabra”. Son observaciones que revelan una actitud constante de arrancar del pensamiento los lugares comunes con que solemos simplificar la discusión política.

Ella diferencia con precisión la certeza estadística del abatimiento de la pobreza, de un “dramático desgarramiento del tejido social”, que no se soluciona con transferencias de subsidios, ni siquiera con propuestas de educación y salud. Rechaza la pueril polarización ideológica, al decir que “no es cuestión de partidos políticos o de sectores sociales, es una batalla cultural contra el miedo y la indiferencia, que solo se puede dar si estamos todos en el mismo barco”.

Sus palabras son un oasis de sensatez en medio de la crispación reinante, donde se niegan olímpicamente los problemas o se los atribuye a siniestras conspiraciones de la derecha, el imperialismo y la oligarquía. Es posible que el voltaje de la discusión política en el país impida un acercamiento entre adversarios, que claramente comulgan con concepciones filosóficas contradictorias. Pero no es menos cierto que deberíamos dirimir ese conflicto en las urnas, bajándonos del caballo de tanta desconfianza y prejuicios y tanta manipulación estratégica de la política, que esconde un vaciamiento de los valores que deberían impulsarla.

Mercedes Clara lo expresa mejor que nadie cuando fundamenta, con una humildad no exenta de sentido común, por qué rechazó el ofrecimiento de integrar la fórmula frenteamplista: “Yo no estoy ni para protegerme de otros, ni para desacreditar a otros -como siento que hoy está siendo el mundo político-, sino que por el contrario trato cada vez de vaciarme más de mis prejuicios, porque siento que hay otros modos de hacer”.

Cuando uno ve el empobrecimiento cotidiano del debate y la práctica barrabrava de las redes sociales, no puede menos que darle la razón.

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