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Un bloque endeble

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ÁLVARO AHUNCHAIN
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Aprincipio de año publiqué una columna titulada "Pensar en bloque", preocupado por la escasa coordinación de los partidos opositores en procura de un imprescindible recambio político para el 2020.

Diez meses después, lo que me inquietaba en ese momento se ha agudizado, algo grave si se tiene en cuenta que resta solo un año para las elecciones.

Tengo la sensación de que la oposición sigue enredada en perfilismos partidarios y sectoriales, y no asume la responsabilidad de mostrarse como un bloque coherente, capaz de armar la mayoría parlamentaria que dé respaldo a un futuro gobierno eficiente y proactivo.

El Partido Independiente ha anotado dos éxitos en su intención de animar un polo socialdemócrata. Su desafío actual consiste en clarificar al votante de qué lado se pondrá, de cara a un seguro balotaje. Es que la actual coyuntura política es muy diferente a las anteriores. Esta vez la neutralidad no paga, porque muchos ciudadanos están cansados de la conducción frenteamplista y tienen derecho a saber si su voto por una alternativa socialdemócrata terminará consolidándole al oficialismo una representación parlamentaria leal o constituirá efectivamente la pata de izquierda de un gobierno de cambio.

Hablando en plata: el frentista desencantado que desembarque en ese polo socialdemócrata, ¿no se encontrará después con la sorpresa de que le pidieron el voto solo como una estrategia para regresarlo al corral? Parece muy claro que Pablo Mieres promueve el cambio, pero no se puede decir lo mismo del grupo de Valenti y menos del de Fernando Amado, tan proclive a adjetivar en forma insultante a los candidatos de los partidos fundacionales.

El polo socialdemócrata tiene todo el derecho del mundo a aspirar a ser la fuerza opositora mayoritaria, pero aun así debería transparentar en cuál de los dos bloques se respaldaría para gobernar.

Una duda semejante me crean algunos pasajes del interesante documento programático que el sector de Lacalle Pou ha titulado "Un gobierno para evolucionar". Recogiendo en algo el espíritu de aquel posicionamiento "por la positiva" de las elecciones pasadas, allí se plantea la discrepancia con la alternativa de un cambio radical. "Ni refundación ni marcha atrás: evolucionar", dicen. Hacen mucho hincapié en que el futuro gobierno deberá mantener lo que está bien hecho, lo cual es más que razonable. Y descartan con firmeza la alternativa de "volver atrás", seguramente para conjurar la frecuente crítica del FA de que un triunfo de los blancos sería la "restauración de la derecha neoliberal" y bla, bla, bla. Llegan a plantearlo en estos términos: "lo que no existe es la opción de volver atrás. (…) No hay marcha atrás posible".

Es comprensible y obvio que ningún proyecto político pueda germinar prometiendo una vuelta al pasado, que por otra parte resultaría inviable. Pero esa negación implica también una omisión conceptual que, paradójicamente, termina avalando al adversario. Porque este país tuvo en el pasado unos niveles de seguridad pública ejemplares, una educación que fue de verdad el motor de la movilidad social, un republicanismo que puso en los cargos públicos a los mejores y los más honestos y en las cámaras a los más cultos e inteligentes. Todo eso existía y se ha perdido en estos gobiernos supuestamente progresistas.

Volver atrás, a aquellos valores que nos enorgullecían como nación, no estaría tan mal después de todo.

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