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Era tan barata

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álvaro ahunchain
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Una cantante argentina llamada María Paz Ferreyra, conocida como Miss Bolivia, armó un pequeño revuelo en la Semana de Lavalleja al pronunciarse durante su actuación en contra de la campaña Vivir sin Miedo, que entre otros dirigentes políticos, defiende la Intendenta de ese departamento, Adriana Peña.

El hecho no debería dar para mucho en nuestra penillanura suavemente ondulada. Todo artista tiene derecho a difundir sus ideas políticas desde el escenario: él se atendrá a las reacciones positivas o negativas que genere en el público.

El punto de vista que quiero expresar en esta columna no es en modo alguno crítico a ese detalle. Me parece más interesante poner el énfasis en la respuesta de la intendenta de Lavalleja cuando explotó el escándalo.

“La culpa es mía”, declaró en canal 12, “porque cuando vi que era tan barata dije que sí”, en alusión a la decisión de contratarla.

Está más que claro que el calificativo de “barata” lo eligió para transmitir un irónico desprecio. La verdad es que si ese show costó 5.000 dólares, existen unas cuantas alternativas musicales más económicas en el medio local, y seguramente menos panfletarias.

Lo que merece empezar a revisarse de una vez, tanto a nivel del gobierno central como de las intendencias, es el criterio de contratación de artistas internacionales.

Miss Bolivia no tiene por qué ser discriminada por estar en contra de la reforma, pero antes de invertir dineros públicos en su show, convendría definir si su producto vale la pena. Algunas de sus canciones tocan temas comprometidos, como una que refiere a los niños desaparecidos y otra que denuncia la violencia de género. Aunque lo haga de manera burda y simplista, no deja de tener valor que exponga tales asuntos. Pero la mayoría de sus letras ostentan la frivolidad festicholera característica del género, con títulos como “Jalame la tanga” y “Cagón”.

Entonces hay que preguntarse si la viabilidad de la contratación de un artista en una fiesta masiva depende de que sea popular, barato y apolítico, o tendría que tener que ver con la calidad de su obra.

Lo vimos también en la Semana de la Cerveza de Paysandú, en ese caso organizada por una intendencia frentista: contrataron nada menos que a Damas Gratis, otro grupo argentino precursor del “Jalame la tanga” con un sublime antecedente titulado “Se te ve la tanga”.

Sé que por cada vez que me refiero a este tema, aparecen cuatro o cinco gestores culturales progres que me reprochan por ser aristócrata, por preferir Mozart a las barrabravas, y la verdad es que mi prédica es bastante más simple.

Claro que está bien responder a los gustos populares. Pero si el que paga es el Estado, o sea el contribuyente, lo mínimo que debe pedirse es que el contratante eleve un poco la mira.

Grupos populares sobran, tanto en Argentina y Uruguay, como para seleccionar aquellos que apuntan al entretenimiento sin menoscabo del buen gusto y una mínima calidad poética. Es como si en el comedor de la escuela pública alimentáramos a los niños con comida chatarra, rebosante de grasa, simplemente porque les gusta.

La música de estos especímenes argentinos es el equivalente intelectual al colesterol: no tapa las venas, pero achata el cerebro y plastifica la sensibilidad.

Y duele en el alma ver a tantos talentosos músicos jóvenes pelear contra molinos, mientras los gobiernos invierten los recursos de todos en estos mamarrachos marquetineados.

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