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Años de derrumbamientos

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Primero, se supo que se había iniciado la demolición del antiguo local de Assimakos, en Avenida Italia y Mataojo. La noticia se viralizó en las redes sociales y causó gran conmoción. No era esta una casa vieja más, sino una emblemática obra del Arq. Jorge Caprario, de 1950, con una bella cúpula y una decoración de fachada que sorprendía por su creatividad.
Luego se informó que se trataría de una remodelación para instalar una tienda. Se mostró un proyecto discutible pero elegante, en el que la cúpula y el dibujo superior de la fachada se salvarían, aunque sustituyendo la maravilla del logo Assimakos por un pequeño isotipo comercial.

Allí las opiniones se dividieron, y no faltaron quienes festejaron la resignificación de al menos la parte medular de la obra original.
Sin embargo, el sábado circuló por las redes una foto en que la cúpula y la fachada ya lucen prácticamente destruidas. Es tan aberrante, que la imagen parece manipulada digitalmente. Pero la animalada (única

Primero, se supo que se había iniciado la demolición del antiguo local de Assimakos, en Avenida Italia y Mataojo. La noticia se viralizó en las redes sociales y causó gran conmoción. No era esta una casa vieja más, sino una emblemática obra del Arq. Jorge Caprario, de 1950, con una bella cúpula y una decoración de fachada que sorprendía por su creatividad.
Luego se informó que se trataría de una remodelación para instalar una tienda. Se mostró un proyecto discutible pero elegante, en el que la cúpula y el dibujo superior de la fachada se salvarían, aunque sustituyendo la maravilla del logo Assimakos por un pequeño isotipo comercial.

Allí las opiniones se dividieron, y no faltaron quienes festejaron la resignificación de al menos la parte medular de la obra original.
Sin embargo, el sábado circuló por las redes una foto en que la cúpula y la fachada ya lucen prácticamente destruidas. Es tan aberrante, que la imagen parece manipulada digitalmente. Pero la animalada (única forma de definirla) es real. La justificación que escuché es que la obra estaba en situación de derrumbe por abandono. Queda en manos de las autoridades competentes y los expertos aclarar si no había manera de rescatarla para no llegar a este doloroso extremo.

Hay quienes opinan que defender el patrimonio edilicio es una actitud demagógica o propia de un idealismo pueril. Total, ya derrumbamos el Teatro Artigas de Andes y Colonia, hace décadas, para hacer un estacionamiento.

Por suerte, en plena dictadura, personas como Mariano Arana y Marta Canessa de Sanguinetti no pensaron así, y su valiente accionar impidió que la insensibilidad autoritaria arrasara con grandes legados.

Y ahora, ¿quién cuida de la insensibilidad burocrática?

Demoler una obra destacada de la arquitectura nacional es una barbaridad semejante a quemar un cuadro de Blanes. No hay razones de mercado que lo justifiquen, y basta ver la inteligencia con que los urbanistas europeos logran hacer convivir lo clásico con lo moderno, para comprender que la preservación del patrimonio no significa negar el progreso sino, por el contrario, afianzarlo con la fuerza que solo da la salvaguarda de las mejores tradiciones culturales.

También hay quienes se escandalizan de la demolición de Assimakos porque allí se abrirá una tienda de ropa, y empiezan los consabidos prejuicios contra la actividad comercial, el consumismo, el capitalismo y bla bla bla. El problema no es ese. En su origen, el edificio formaba parte del mismo sistema: era una fábrica de alfombras. Lo grave es que, cualquiera sea su destino futuro, no exista en el sistema político la defensa eficaz del patrimonio edilicio de la ciudad.

No hubo dinero que pudiera invertirse en la compra del cine Plaza, para protegerlo de la voracidad de unos estafadores disfrazados de religiosos, pero sí lo hubo para salvar una aerolínea fundida. Parece que es más importante para un país hacer que sus contribuyentes avalen aviones mal habidos que ofrecerles cultura.

Antes, no hubo recursos para que el estado se apropiara de la sede del diario El Día, con el fin de impedir que las máquinas de escribir que diseñaron el Uruguay batllista se sustituyeran por tragamonedas. Lo único que faltaría sería que convirtieran al templo alquimista del Castillo Pittamiglio en un museo de la marihuana.

Vivimos los "años de derrumbamientos" de que hablaba la bella canción de Darnauchans. Urge un gran acuerdo social para proteger los bienes culturales que definen nuestra identidad como nación.

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Álvaro Ahunchain

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