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Uruguayos, ¡a las cosas!

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ALEJANDRO LAFLUF
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Cualquiera que haya vivido lo suficiente sabe que los problemas siempre tienen rostro y no se dejan reducir por ninguna abstracción maniquea.

Resulta un contrasentido por tanto “determinar los problemas por nuestras posiciones ideológicas” cuando lo único responsable (desde el punto de vista político) es “determinar nuestras posiciones frente a los problemas”, lo que a su vez, solo es posible, si mantenemos una actitud abierta y pragmática que nos permita ver esos problemas cuando aparecen “realmente”.

La izquierda, el Frente Amplio, solo reconoce los problemas que se corresponden con su marco ideológico, circunstancia que explica por qué siempre les da forma maniquea, presentándolos todo el tiempo de forma binaria. La ideología de izquierda mantiene todavía el resabio marxista de pretender sintetizarlo todo, en una suerte de contradicción fundamental y final, que no solo opone falsamente las cosas, sino que además niega la complejidad de la realidad y con ello la existencia de diversos problemas que nada tienen que ver con esa (di)visión ideológica.

El principal problema del discurso ideológico es que no está interesado en la realidad -menos aún en los problemas concretos- de la sociedad. Su único propósito es explotar un prejuicio o afianzar una emoción.

Se trata de un discurso petrificado, que para mantenerse vigente, intenta subsumir y sujetar los hechos. Sin embargo, la realidad es terca y constantemente produce hechos y acontecimientos nuevos; que son nuevos porque son vitales, y por lo mismo, dinámicos, finitos, contingentes y complejos.

Como la ideología no puede sujetar a la realidad, ni evitar los acontecimientos, tiene que crear, para sostenerse, su propia realidad (hiperrealidad). La ideología ni siquiera ve al pueblo como lo que es, un entramado vital de personas, grupos y relaciones humanas diversas. La ideología imagina al pueblo y por eso también imagina (o reclama que sabe) lo que necesita. Por eso tampoco lo escucha.

El senador Larrañaga tiene razón cuando dice que “los problemas de la gente no tienen color político, son problemas y hay que enfrentarlos y resolverlos”.

La ideología nos ha hecho ya demasiado daño. Es momento de trascender este pensamiento dicotómico y maniqueo. Tenemos la responsabilidad de hacerlo ya que nadie lo hará por nosotros. Y debemos hacerlo no solo porque nuestros problemas son graves, sino porque vivimos en una sociedad cada vez más compleja, donde las respuestas y abordajes de este tipo han dejado de ser útiles.

El maniqueísmo ideológico ya no nos representa como sociedad. Por el contrario, nos ha mentido, nos ha desamparado, nos ha llenado de violencia y de impotencia, y lo que es peor (y por lo mismo, imperdonable) no ha resuelto nuestros problemas.

En tiempos globales y cada vez más complejos, el pensamiento ideológico se ha convertido en un ancla para el pensamiento y la gestión, que a todas luces debemos trascender, porque los problemas que tenemos que enfrentar son reales, graves y complejos, pero además, tienen rostro y no pueden esperar.

Ortega y Gasset amaba profundamente a la Argentina. La visitó tres veces (1916, 1928, 1939). Escribió sendos ensayos examinando agudamente la idiosincrasia de su pueblo y las cuestiones palpitantes de su tiempo. “El alma criolla está llena de promesas heridas” -decía el gran filósofo español. En su última conferencia, antes de regresar a su tierra, invitó a los argentinos a ser mejores y les dijo: "¡Argentinos! ¡A las cosas! Déjense de cuestiones personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes el brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más”.

Y lo mismo podemos decir hoy para Uruguay. Pregúntate, mi estimado lector, cuántos años, viendo la misma pobreza, los mismos asentamientos, el mismo delito, la misma corrupción, el mismo fracaso educativo, la misma violencia, el mismo dolor, la misma parálisis, los mismos discursos, las mismas excusas.

Al Gobierno le ha sobrado ideología y le ha faltado pragmatismo. Nuestro país no tolera la muerte de una persona más, no resiste el cierre de una empresa más, no soporta la partida al exterior o la deserción educativa de un joven más. Llegó el momento de ocuparnos. Es tiempo de responderle al país.

Llegó el momento de decir, nosotros también, ¡Uruguayos! ¡A las cosas!

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