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Los tres mandatos

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ALEJANDRO LAFLUF
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El Frente Amplio ha quedado políticamente aislado para noviembre. La razón de ese aislamiento, sin embargo, no es imputable al resto de las fuerzas políticas. 

Se trata de un daño autoinfligido cuyas consecuencias la izquierda deberá asumir. Las raíces de esa soledad son dos: la primera es política y la segunda es filosófica.

La mayoría absoluta confundió mucho a la izquierda uruguaya. Y si le hizo daño fue porque se volvió contra ella y la terminó aislando políticamente. Durante quince años el Gobierno aprovechó ese enorme poder para promulgar una cantidad de leyes. Sin advertir que estaba legislando sobre asuntos que interesaban a todos y por tanto que requerían, necesariamente, ser consultados, revisados y eventualmente enriquecidos por las demás fuerzas políticas.

El pueblo uruguayo vio cómo, una y otra vez, las leyes que se dictaban -y que nos rigen a todos- no eran el producto de un consenso articulado entre todas las fuerzas políticas sino la expresión de voluntad de un solo sector. La mayoría absoluta le quitó diálogo a la izquierda y la aisló políticamente. Cuando la mayoría absoluta se transformó en mayoría automática, fue el principio del fin.

Las raíces filosóficas que explican semejante actitud deben buscarse en el pensamiento de Marx, Lenin y Rousseau. Para Marx no existe la conciencia personal. La conciencia es siempre “conciencia de clase”. A tal punto es así, que si el pensamiento de una persona no coincide con el de su clase, el marxismo no duda en acusarla de tener una “falsa conciencia” de las cosas. Lenin continuó esta lógica y la llevó hasta sus últimas consecuencias: las personas no pueden adquirir por sí mismas “conciencia de clase” y por tanto es necesario que el Partido -la corporación política- las ilumine y las guíe.

A partir de entonces la izquierda se alejó de sus bases y dejó de escuchar y con un espíritu elitista -que haría sentir orgulloso al mismísimo Rousseau- parece decirle al pueblo “no me digas lo que quieres, porque nosotros sabemos lo que necesitas”. Este pensamiento vertical, orgánico y corporativo contaminó para siempre el modo de ser político de la izquierda y explica perfectamente por qué se utilizaron las mayorías absolutas de la forma en que se utilizaron.

Las elecciones de octubre no fueron otra cosa que un llamado al diálogo, o mejor, un mandato de diálogo. El pueblo uruguayo no quiere más este tipo de comportamiento. No quiere más construcciones en solitario. Ahora demanda construcciones plurales.

El Uruguay está exigiendo una alternancia plural -como dijo claramente Lacalle Pou. Y nadie mejor que el Partido Nacional para liderarla. Porque nuestro Partido se ha regido y se rige por tres mandatos constituyentes que lo colocan en una posición inmejorable para organizar la transformación plural que reclama el país.

El primer mandato dice así: “Lo que es bueno para el País, es bueno para el Partido Nacional”. Este lema -repetido incansablemente por todos los líderes blancos- expresa a las claras nuestra forma de pensar y de sentir. Para los blancos el país está primero. Es un lema claro que esconde sutilmente un mandato político (pues para saber lo que es bueno para el país es necesario dialogar con los demás sectores, y sobre todo, escucharlos) y un mandato ético (el sentido nacional que el Partido representa será siempre más importante que cualquiera de sus sectores o dirigentes).

El segundo mandato dice así: “Somos Idea”. Este lema fundacional expresa un mandato filosófico muy profundo que aleja al Partido de cualquier forma de corporativismo. El Partido Nacional representa “ideas” no “intereses”. Ideas que trasuntan valores y principios que deben estar alineados con el interés nacional. Los problemas del país reclaman las mejores ideas y estas deben pensarse teniendo en cuenta ese interés.

El tercer mandato dice así: “La unión nos hará fuerza”. Esta sentencia no es más que el corolario de los dos anteriores. En efecto, si se respeta el interés nacional -y no hay otra forma de hacerlo que construyendo entre todos- y si se postulan las mejores ideas -que respondan a principios y valores nacionales y no a “intereses” corporativos- entonces el resultado natural será la unidad nacional. Y es esa “unidad en la diversidad” la que nos dará la fuerza suficiente para enfrentar cualquier desafío y encontrar el camino.

En noviembre se juega el destino del país por los próximos cinco años. Vivimos tiempos difíciles y necesitamos transformar muchas cosas.

Los principios rectores que han guiado al Partido Nacional, a lo largo de sus más de 180 años de historia, son los que, en definitiva, lo convierten en el mejor instrumento para liderar la próxima coalición de gobierno, y son también los que asegurarán que esa coalición tenga éxito.

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