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Sobre la mediocridad

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Alberto Benegas Lynch
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V ivimos la era de la chatura, de manifestaciones que en general apuntan al zócalo cuando no al subsuelo. No hay más que echar un vistazo a lo que reflejan los medios orales y escritos de nuestro tiempo.

Y no es cuestión de responsabilizar al mensajero sino de centrar la atención en el mensaje. Benditos sean estos mensajeros en libertad, puesto que gracias a ellos no solo sabemos qué ocurre sino que se abran críticas a los poderosos. Vocabulario soez y contenido superficial junto a la banalización de lo que puede tener visos de seriedad. Los medios no hacen más que reflejar lo que viene sucediendo. Por momentos parecería que la farándula está a cargo de la comunidad y los personajes que pululan por doquier con el título de dirigentes o políticos exhiben discursos que son en general de muy baja estofa.

Desde luego que hay pequeños núcleos que se esfuerzan por llegar a niveles de excelencia. En ellos están cifradas las esperanzas de revertir la situación en el llamado mundo libre, envuelto hoy en xenofobias y nacionalismos dignos de la caverna. Esos grupos pequeños son los alabados en el mensaje bíblico de Isaías (1:9) precisamente por su capacidad regenerativa que siempre proviene de minorías.

Y no es que todo tiempo anterior haya sido mejor. Siempre ha habido activos y pasivos en el balance, de lo que se trata es de no hacer las del avestruz y reconocer los problemas que afrontamos. Solo con un buen diagnóstico es posible enmendar la situación hoy caracterizada por el engrosamiento de aparatos estatales que en lugar de velar por los derechos de todos los conculcan en grado creciente. Sin duda que mucho peor que el pronóstico orwelliano del Gran Hermano es el de Aldous Huxley en cuanto al pedido de encarcelamiento de los mismos encarcelados. He aquí el problema central, es decir, el problema de la mediocridad.

Según el diccionario lo mediocre es lo que no tiene valor, es lo insubstancial, es lo vulgar, es lo anodino, lo insignificante, lo adormecido. El mediocre es el que ha renunciado a pensar, es el que abre las puertas a la envidia.

El mediocre siente la necesidad de ajustarse a los demás. Renuncia a su individualidad, a los más distintivo y precioso que tiene el ser humano: su unicidad en toda la historia de la humanidad. Se amputa de su tesoro más valioso. Deja de ser para ser los demás. Hay inseguridad y debilidad interior. La responsabilidad lo abruma, prefiere endosar las decisiones al grupo. Abdica de su persona y se incorpora a la manada. No tiene voz sino que es eco. Para él resulta inconcebible ir contra la corriente. Se masifica. Tiene que ser parte del coro. Es un masoquismo moral. Se entrega a la nada.

En debates abiertos se avanza o retrocede según sea la calidad y la solidez de los argumentos, pero cuando irrumpe el envidioso no hay razonamiento posible puesto que no surgen ideas sino que se destila veneno. Este fenómeno constituye una desgracia superlativa ya que se odia el éxito ajeno y cuanto más cercana la persona exitosa mayor es la fobia y el espíritu de destrucción.

La manía de la guillotina horizontal básicamente procede de la envidia.

Hoy en día la mayor parte de los discursos políticos están inflamados de odio y resentimiento a quienes han construido sus fortunas lícitamente en los mercados abiertos, mientras que esos mismos políticos generalmente se apoderan de dineros públicos y les cubren las espaldas a mafiosos amigos del poder, mal llamados empresarios, que asaltan a la comunidad con sus privilegios inauditos.

El igualitarismo de resultados no solo contradice la asignación eficiente de recursos sino que, estrictamente, es un imposible conceptual puesto que las valorizaciones son subjetivas y, por ende, no habría una redistribución que equipare a todos por igual (además, medir comparaciones intersubjetivas no es posible) y, para peor, aún desestimando lo dicho, en cualquier caso debe instaurarse un sistema de fuerza permanente para redistribuir cada vez que la gente se salga de la marca igualitaria.

En segundo lugar, el mediocre se burla de la teoría. Constituye una aseveración groseramente vulgar sostener que lo importante es el hombre práctico y que la teoría es algo etéreo, más o menos inútil, reservado para quienes sueñan con irrealidades.

Esta concepción revela una estrechez mental digna de mejor causa. Todo lo que hoy disponemos y usamos es fruto de una teoría previa ya sea en cuanto a medicinas, alimentos, tecnologías o lo que fuera. Los llamados prácticos no son más que aquellos que se suben a la cresta de la ola ya formada por quienes previa y trabajosamente la concibieron. En todos los órdenes de la vida.

Esta afirmación en absoluto debe tomarse peyorativamente puesto que todos usufructuamos de la creación de los teóricos. La inmensa mayoría de las cosas que usamos las debemos al ingenio de otros, incluso prácticamente nada de lo que usufructuamos lo entendemos ni lo podemos explicar.

Desde luego que hay teorías efectivas y teorías equivocadas. Las teorías deficientes no dan resultado, las buenas logran el objetivo. En última instancia, como se ha dicho "nada hay más práctico que una buena teoría". En resumen, el mediocre contribuye grandemente al retraso y al anacronismo.

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