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Consejos desde otro siglo

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No tengo el conocimiento y por ende la autoridad como para comentar la política uruguaya, de modo que lo que dejo consignado no debe interpretarse como un aval o un rechazo de determinada corriente política local.

No tengo el conocimiento y por ende la autoridad como para comentar la política uruguaya, de modo que lo que dejo consignado no debe interpretarse como un aval o un rechazo de determinada corriente política local.

Más aún, algún amigo de la Banda Oriental me ha dicho que otros de los escritos del autor que seguidamente comentaré no los aprobaría. Eso pasa con otros escritores, incluso adelanto que no suscribo todo lo expresado por Luis Alberto Herrera -de él se trata- en su magnífica obra titulada “La Revolución Francesa y Sudamérica”. No son extraños los desacuerdos, pasa también cuando uno lee lo que es de la propia autoría y comprueba que podría haberse mejorado la marca. Recordemos que Borges advertía que “no hay texto perfecto”, y citándolo a Alfonso Reyes concluye que “si uno no publica se pasa la vida corrigiendo borradores”.

Podría haberse indicado en el título del libro de marras que más bien se alude a la contrarrevolución francesa, puesto que en los inicios de 1789 algunos compartían otras intenciones plasmadas en la declaración de los derechos del hombre donde, por ejemplo, queda claro que cuando se menciona la igualdad se alude a la igualdad de derechos que son a la vida, a la libertad y a la propiedad. Luego, como es sabido, la avalancha de los jacobinos destrozó todas esas primeras intenciones y se convirtieron en los apóstoles de las mayorías ilimitadas y la consecuente demagogia tan a contramano de los Giovanni Sartori de nuestra época.

Herrera administra una pluma de gran calado. Sostiene que los jacobinos de ayer y de hoy en los gobiernos piensan que son “instrumentos de una misión providencial, llamados a ser salvadores de los pueblos”. Así es que los plagiarios de aquellos extravíos “invocando esa misma soberanía del pueblo, han sido tiranizados, una y diez veces”. En este sentido, Bertrand de Jouvenel ha señalado que, en última instancia, la soberanía reside en el individuo, en sus derechos, y no en un agregado, aunque este se denomine nación (el actual gobierno argentino ha inventado la “soberanía energética” y otras sandeces superlativas de igual tenor).

También el doctor Herrera enfatiza que muchos de los pueblos latinoamericanos, ya declarada la independencia, fueron “libres pero continuamos siendo colonos”; el mismo pensamiento de Juan Bautista Alberdi del otro lado del río, quien insistía que en trechos largos de nuestras historias fuimos y en algunos casos somos colonos de nuestros propios gobiernos.

A diferencia de lo ocurrido con la extraordinaria experiencia liberal estadounidense, el “individualismo sajón”, escribe Luis Alberto Herrera, ya que “ninguna nación ha dado tan frondosa vida a las instituciones libres como los Estados Unidos”, autor que también dice que “España hizo a América del Sur a su imagen, es decir, unitaria en todos sus servicios y también en sus ideas”. Su libro es un canto bien calibrado a la libertad y un ataque frontal al “cesarismo”, tan común hoy en no pocos países. Sus citas de Tocqueville, de Maculay, Tomas Jefferson y Madam de Staël son muy oportunas y esclarecedoras, y el prólogo de su nieto, Luis Alberto Lacalle, constituye una muy atractiva introducción a los temas abordados y pone la obra en contexto.

En esta línea argumental nos parece necesario reconsiderar lo que está ocurriendo con lo que se denomina “democracia”, pero que en verdad se ha trocado por “cleptocracia” en muchas naciones. Es decir, en gran medida, se ha convertido en gobiernos de ladrones de libertades, de propiedades y de sueños de vida. Toda la construcción moderna, desde la Carta Magna de 1215 en adelante, se pensó para proteger a las personas del Leviatán pero, como queda dicho, el desvío de esa concepción inicial ha sido mayúsculo.

La Escolástica Tardía, Algernon Sidney y John Locke dieron el impulso inicial al sistematizar el andamiaje institucional que luego fue reforzado por distintas corrientes de pensamiento. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, aparece una tendencia que parece revertir aquellos logros.

Esta desafortunada regresión se basa en una noción equivocada del derecho que implica como contrapartida una obligación. Si una persona gana mil, hay una obligación universal de respetar ese ingreso, pero si pretende ganar dos mil sin que una contraparte se lo reconozca y el gobierno le otorgue esa entrada adicional, significa que otra persona se la debe entregar contra su voluntad, lo cual se traduce en un seudoderecho.

Hoy estamos plagados de seudoderechos que son en realidad aspiraciones de deseos. En la última Asamblea Constitucional en Ecuador, se sugirió seriamente incluir en la Constitución “el derecho de la mujer al orgasmo”, iniciativa que afortunadamente no prosperó. En este sentido, es una burla al derecho pretender que se imponga por decreto “el derecho a la felicidad” y otras sandeces equivalentes como ha promulgado recientemente el gobierno venezolano, todo lo cual recuerda a la pesadilla orwelliana.

Por eso, deben repensarse nuevos controles para limitar el poder político, puesto que con el sistema en gran medida vigente no pueden esperarse resultados distintos. Como decía Einstein, no es razonable esperar resultados distintos aplicando las mismas recetas que provocan los problemas.

Bruno Leoni ha sugerido reformas de fondo en el Poder Judicial, Friedrich Hayek las ha propuesto para el Poder Legislativo, y una relectura de algunos pasajes de Montesquieu son aplicables al Poder Ejecutivo al efecto de modificar incentivos perversos que han desembocado en la antedicha cleptocracia.

En este contexto es que resulta gratificante leer obras como las aquí comentadas telegráficamente, al efecto de repensar marcos institucionales que permiten, y muchas veces alientan atropellos a los derechos de las personas por parte del gobierno que está supuesto de protegerlos.

(*) Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina. 

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Alberto Benegas Lynch

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