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El más uruguayo de los presidentes

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AGUSTÍN ITURRALDE
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Es difícil decir algo original sobre la partida del expresidente. Hay una cosa que, sin ser novedosa, no se ha destacado lo suficiente estos días.

Tabaré Vázquez fue el Presidente posdictadura más representativo de la cultura e idiosincrasia uruguayas, de lo mejor de esta.

En primer lugar hay que decir lo obvio. Pocos políticos han sido tan trascendentes en el Uruguay como Tabaré Vázquez. Cambió la forma de hacer política del Frente Amplio, haciéndolo crecer 10% durante tres elecciones consecutivas, y llevándolo al gobierno en 2004. Se trata de un político brillante que conectó como pocos con la gente y, en su primer gobierno, concretó reformas alineadas con lo que el Uruguay había decidido.

Pero en estas líneas quiero detenerme en el uruguayismo de Tabaré Vázquez. Los políticos de primera línea suelen ser representativos de parte del país; nuestros Presidentes posdictadura lo son. Sin embargo, Tabaré Vázquez es una síntesis mucho más representativa del Uruguay que los otros.

La vida de Vázquez es una historia muy uruguaya. Es la historia del hijo de un funcionario público criado en un barrio obrero y vinculado a las organizaciones sociales y religiosas de su entorno. Su ascenso social está íntimamente ligado a uno de los mitos más uruguayos de todos, el de “m’hijo el dotor”. Su inteligencia y sacrificio le permitieron obtener una profesión en la Universidad de la República de alto estatus social que también le posibilitó ascender económicamente. No solo es una historia uruguaya, sino una vinculada a lo mejor del Uruguay.

Su actividad en el fútbol a través del club de su barrio, Progreso, es otro canal a nuestra cultura. Desde allí cobró cierta notoriedad pública que permitió que en 1989 los dirigentes del Frente Amplio miraran para su lado cuando buscaban un candidato a la Intendencia. Quizás es una historia más montevideana que otra cosa, pero en un país tan centralista es difícil distinguir.

Su rol durante la dictadura también fue mucho más uruguayo que el de la mayoría de los políticos.

Se enfocó en su trabajo, familia y barrio y al final de la dictadura se afilió al Partido Socialista. Sin ningún ánimo de polemizar ni moralizar sobre esto, creo que fue una actitud representativa del uruguayo promedio.

Es un político mucho más uruguayo y menos político que el común de nuestros líderes. No fue un obsesionado por la política como Mujica, Lacalle, Batlle o Sanguinetti. A diferencia de cualquiera de estos cuatro, no es nada difícil imaginarse a Tabaré Vázquez con una vida plena por fuera de esta arena. Tenía otra profesión, hobbies e intereses. Ideológicamente también era muy uruguayo. De izquierda pero pragmático y no dogmático. Defendía sus convicciones que eran a veces más progresistas y a veces más conservadoras.

Para cerrar quiero destacar otra tradición muy uruguaya que nos enorgulleció estos días. La del respeto y homenaje ante la partida de un adversario político. Es una tradición de larga data: Herrera argumentó a favor de los honores fúnebres a Batlle y Ordóñez y el propio Vázquez dijo en 2016 que Jorge Batlle quedaría grabado en la mejor historia de nuestro país. Con justicia, hoy es el resto del sistema político quien le rinde homenaje.

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