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Uruguay, el mundo y la inflación

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AGUSTÍN ITURRALDE
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En la década del 1950, junto a los primeros indicios del fracaso del modelo basado en sustitución de importaciones, apareció con fuerza un drama que nos acompañaría con crudeza hasta finales del siglo XX: la inflación.

Hoy, si bien dejamos en el pasado los planes de estabilización, las fijaciones de precios y las incertidumbres extremas, la inflación en Uruguay sigue generando algunos problemas no tan dramáticos.

La inflación es el aumento generalizado y sostenido de los precios, en otras palabras se trata de la pérdida de valor del dinero con respecto a los bienes y servicios. El fenómeno se genera cuando la oferta de dinero supera a la demanda del mismo, típicamente cuando un gobierno monetiza sus déficits fiscales. Muchas veces la inflación está generada por gobiernos que imprimen dinero para financiar el gasto que no llega a ser cubierto por los impuestos que recaudan.

La inflación es mala por muchos motivos, destacaremos tres. Primero, la inflación alta genera expectativas inflacionarias altas e imprecisas. Eso tiene múltiples consecuencias negativas ya que las personas y empresas tienden a protegerse de la futura depreciación de la moneda aumentando anticipadamente sus precios. Todo esto se traduce en pérdidas de eficiencia y de competitividad.

Segundo, y particularmente relevante en nuestro país, la inflación alta es la principal explicación de la enorme dolarización de nuestra economía. La gente, que no es tonta, se refugia en otras monedas como reserva de valor (ahorra en dólares) e intercambia bienes durables en moneda extranjera. Esto nos parece lo más normal aquí, pero hagan la prueba de contarle a un chileno o un mexicano que, en Uruguay, las casas y los autos se transan en dólares. Les adelanto que los mirarán extrañados. Tener una economía tan dolarizada debilita la política monetaria entre otras cosas.

Tercero, y quizás lo más importante, la inflación nos perjudica a todos pero particularmente a los trabajadores de ingresos fijos. Son estos quienes tienen menos herramientas para protegerse de la desvalorización de su ingreso. En especial aquellos informales o con menor capacidad de negociación. Los inversores, los bancos y las grandes empresas tienen muy claro cómo evitar perder con la depreciación de la moneda.

En la década de 1980 Uruguay tuvo una inflación promedio del 58% anual, en la década siguiente fue del 48% y en los 2000 los precios aumentaron menos de 9% anual en promedio. El problema es que en la década del 2010 tuvimos una inflación promedio casi idéntica, arriba de 8%. En cambio América del Sur (sin contar a Argentina y Venezuela) bajó la inflación desde casi un 300% anual en los 80’s, a un 7,3% en la década del 2000 y a 4,2% en la década de 2010.

Si bien en términos absolutos no estamos peor que en el pasado en materia inflacionaria, en términos relativos sí. Pasamos de ser uno de los países con menos inflación a tener una inflación promedio que es el doble que la de la mayor parte de nuestros vecinos.

Uruguay debe terminar el trabajo que empezó y llegar a niveles inflacionarios bien por debajo del 5% anual. No hay ninguna razón para aceptar menos, es una condición necesaria para tener un país más competitivo y justo. El dato del IPC de enero 2021 es un indicio alentador.

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