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Uruguay global

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AGUSTÍN ITURRALDE
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No existen países pequeños, cerrados y prósperos. Si bien la literatura respalda los beneficios de la apertura comercial, para China, India o EEUU la discusión es bastante menos lineal y simple que para nosotros.

Incluso un país como Brasil tiene otras cosas para sopesar al discutir su apertura. Para un país como Uruguay tener un grado de apertura mayor es imprescindible para lograr ganancias de eficiencia que nos permitan aspirar a un mayor nivel de prosperidad.

Quizás lo más llamativo de la incapacidad de la última década para avanzar en nuestra inserción es que no hay resistencias relevantes ante el tema. Los actores que se manifiestan activamente en contra de un camino como este son pocos, parecería existir una voluntad política relativamente amplia en favor de un camino de mayor apertura. Este hecho probablemente está vinculado a que nuestro país pagó la mayor parte de los costes de la apertura comercial pero solo disfruta de una porción de sus beneficios. En las décadas de 1970, 1980 y 1990 Uruguay avanzó en su inserción desde una línea de base proteccionista en extremo. Esto permitió expandir el potencial productivo de nuestro país y en términos agregados fue muy beneficioso.

Claro que también tuvo costos importantes, en especial en el sector industrial. En ese sentido hoy queda muy poco para perder y muchísimo para ganar una mayor apertura comercial.

Quizás por eso, a diferencia de nuestros vecinos, no tenemos corporaciones relevantes resistiendo esta agenda. La mayor parte de la industria, tan golpeada en su momento, parece tener claro que el futuro no puede estar asociado a un mercado pequeño hiperprotegido, sino que pasa por lograr ser parte de cadenas globales de valor.

En Argentina y Brasil son los industriales uno de los grupos que más se resisten a la apertura. Estas economías, que se encuentran entre las más cerradas del mundo, siguen dando una discusión sobre beneficios y pérdidas de la apertura que en Uruguay no tiene mayor sentido. Hay diferencias evidentes entre las visiones, y defender el Mercosur no puede ser ignorarlas o romantizar la integración regional.

La llanura suavemente ondulada tiene muchas ventajas, la moderación nos ha puesto a salvo de modas dañinas. Pero a veces es necesario tener mayor sentido de la urgencia, como en este tema. Pocas cosas son más importantes para nuestra economía que lograr avances sustanciales en nuestra inserción internacional en un plazo razonablemente breve.

Desde el CED estamos impulsando la iniciativa “Diálogos para un Uruguay global” coordinada por el Profesor de la Universidad Católica Nicolás Albertoni. Busca recabar voluntades e ideas que ayuden a construir una agenda concreta y ambiciosa en este tema. Participan diversos actores empresariales, sindicales, intelectuales y gremiales.

Nos consta que muchas otras personas están empujando desde su lugar, esfuerzos en el mismo sentido. El propio Presidente tomó el liderazgo de esta agenda, lo cual es muy positivo porque muestra su comprensión de la importancia. Ojalá podamos ver avances significativos, no es bueno para la democracia cuando las preferencias políticas mayoritarias no se logran catalizar adecuadamente.

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