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¿Sorpresa en Chile?

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AGUSTÍN ITURRALDE
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Hace pocos meses nadie hubiera acertado ni remotamente el resultado del pasado domingo en Chile. En mayo de este mismo año “las izquierdas” habían arrasado en la elección de la asamblea constituyente.

Lo que pasa en Chile despierta pasiones. Parece que fue hace mucho, pero hasta hace pocos años ese país era puesto como ejemplo por casi todos. Recuerdo un spot del Frente Amplio en 2009 donde el entonces futuro Presidente Mujica describe al gobierno de Chile como “un milagro de prolijidad: crecen y reparten, crecen y reparten''.

Desde 2019 la mirada de las elites sobre Chile viró. El malestar es la expresión con la que muchos se refieren a la explosión, aparentemente, repentina de la disconformidad de las clases medias. Mientras Chile crecía, y muchos sectores alcanzaban niveles de ingreso y educación que sus padres y abuelos no habían podido, también esas mismas clases medias tenían mayores aspiraciones y se hacían conscientes de las deudas de la democracia.

En ese marco está Chile desde hace dos años, un cuestionamiento frontal “al modelo” anteriormente tan elogiado. La elección de la constituyente de mayo de este año pareció ser la prueba definitiva de que la sociedad chilena se había decidido por transformarlo.

Sin embargo, el pasado domingo José Antonio Kast, un candidato notoriamente “a la derecha” de la coalición de centro derecha que gobierna Chile, salió primero y quedó bien posicionado de cara a una segunda vuelta. Ganó el candidato que venía cuestionando frontalmente la idea “refundacional”. De lejos parece incomprensible como la misma sociedad pudo votar tan distinto en mayo y noviembre de 2021. Lejísimos estoy de tener una explicación sólida, pero se me ocurren tres reflexiones.

Primero, el desorden y la violencia permanente como recurso político son simpáticos para algunos grupúsculos más o menos acomodados. La gente común, ni que hablar los más vulnerables, necesitan cierto orden y estabilidad. Iñigo Errejón, político español, explica muy bien lo equivocadas que están muchas izquierdas “cool” cuando desprecian la importancia del orden. Kast capitalizó la falta de claridad de algunos, y la directa complacencia de otros con la violencia.

Segundo, el voto no obligatorio introduce un elemento que en Uruguay desconocemos: la necesidad de movilizar. Antes que convencer a los centristas o indecisos, los candidatos deben movilizar a “los suyos”. Eso es un incentivo a una retórica más de nicho de los candidatos. Cambios pequeños en quienes salen a votar, cambian mucho los resultados.

Tercero, el domingo debería haber sido una reivindicación a la humildad. Recuerdo un debate entre constituyentes chilenos recién electos en dónde uno electo por la izquierda, absolutamente borracho por el éxito, avisaba que el diálogo no era tan importante y que iban a imponer sus ideas dado que la sociedad chilena estaba con ellos “evidentemente”. Tremenda falta de humildad.

Los comentarios sobre la elección de Chile oscilan entre la sorpresa, el enojo y la moralización. Mi sugerencia es intentar entender mejor y juzgar menos. Quedarse gritando e ignorar las razones es un camino infalible para que muy pronto te vuelva a pegar en la cara.

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