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Un poco de irracionalidad

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AGUSTÍN ITURRALDE
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Somos menos racionales de lo que nos gusta creer, y el fútbol es una forma civilizada de canalizar esa “irracionalidad”.

Los seres humanos somos contradictorios. Buenos y malos sin matices solo hay en las películas malas. Maradona ejemplifica como pocas personas esa contradicción a un nivel extremo. En ese océano de contradicciones creo que además de su excepcionalidad, lo salva su vulnerabilidad y transparencia. Lo que Maradona es está a la vista y muchos se identifican con eso.

Por un ratito les propongo guardar los juicios morales y analizar algunos hechos. No hay lugar a dudas que Maradona marcó la vida de millones. Generó emociones extremas en todo el planeta y logró comunicarse universalmente de una forma en la que ya quisiera cualquier político o líder religioso. Su juego, su arte, está vinculado a muchos de los momentos de máxima emoción de la vida de las personas.

Quienes amamos el fútbol podemos pasar horas mirando a Maradona entrar en calor o gambetear. Pero la elegancia, la gallardía, la irreverencia y la falta de límites que expresa trascienden por lejos a lo futbolístico. Expresa una forma de jugar y vivir que, para bien o para mal, a muchos nos conmueve.

Esto no es exculpar a Maradona de nada. A mí no me gusta casi nada de lo que Maradona hizo o dijo afuera de la cancha. Su vida personal es nefasta. Él fue la principal víctima y victimario de sus excesos, claro que también en su entorno hubo víctimas sin ninguna responsabilidad. Nunca logró gestionar bien la inmensidad de puertas que se le abrieron a muy temprana edad.

Tampoco se trata de salvar al jugador y matar a la persona. El jugador y la persona eran esa contradicción, esa irreverencia y esa falta de límites. Maradona era todo, era el “genio del fútbol mundial”, “el barrilete cósmico”, el transparente y el que no se arrodillaba ante nadie. Pero también era el que no reconoció hijos, el drogadicto sin solución y el machista.

Debo confesar que me genera cierta simpatía su irreverencia. Casi siempre en el error se la jugaba por lo que creía y tenía una desconfianza en los poderosos.

Tiendo a pensar que si Maradona hubiera nacido en Cuba o Venezuela jamás hubiera simpatizado con los nefastos dictadores que allí gobiernan.

Racionalmente diría que fue un genio dentro de la cancha y un desastre afuera. Pero no es lo que siento, ni siquiera creo que sea la verdad. Lo que Diego Armando Maradona fue dentro y fuera de la cancha están conectados. Maradona es un personaje épico, un mito.

En el fútbol, y en él como en nadie, encontramos un lugar para sentir, para emocionarnos, para ser un poco más primitivos por un rato. Por eso no es racional que queramos “racionalizar’’ tanto el fenómeno Maradona.

Por más evolucionadas que sean las sociedades, las personas seguimos necesitando mitos y héroes. Como dice Noah Harari nuestro cerebro es casi el mismo que el de nuestros antepasados cazadores y recolectores. Nos sigue encantando seguir los mitos colectivos que nos unen y nos dan identidad. El fútbol, y Maradona, cumplen esta función aparentemente irracional de la forma más civilizada posible. Idolatrar irracionalmente equipos, futbolistas y artistas es infinitamente menos dañino que hacerlo con líderes políticos.

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