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El poder de las ideas

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AGUSTÍN ITURRALDE
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No es novedoso que la cultura juega un papel relevante en el desarrollo de los países.

Más allá de la tradicional discusión sobre si son las instituciones o la cultura (o la geografía) el mayor determinante de la prosperidad; no hay dudas que las ideas y costumbres tienen algo que decir con respecto a la eterna pregunta de la ciencia económica: ¿por qué algunos países son ricos y otros pobres?

Joel Mokyr, uno de los que mejor ha desarrollado la explicación culturalista, argumenta que son las sociedades en las que predominan ciertas ideas y cosmovisiones las que prosperan económicamente. En su publicación “El origen intelectual de la revolución industrial” argumenta que la revolución industrial ocurrió en Europa occidental, y no en otras regiones del mundo, porque se había generalizado durante la ilustración una forma científica y práctica de abordar los problemas. Sin ese diferencial cultural no hubiera sido posible la revolución industrial.

Más allá de esta explicación concreta, no tengo dudas de que la cultura (hábitos, ideas, costumbres, etc.) de una sociedad juega un rol fundamental en la suerte económica que esta tendrá.

Me resulta imposible atender el debate público argentino y no confirmar lo anterior, claro que en este caso por la negativa. En pocos lugares como en Argentina se puede reconocer el daño que las ideas pueden hacer. El sentido común argentino y las explicaciones a muchos problemas están absolutamente por fuera de las explicaciones dominantes en el mundo que progresa. Muchas cosas que en Argentina defienden actores de primera línea salieron de la discusión en otros países que casualmente les va mejor.

La discusión pública sobre la inflación es donde vemos esto con más crudeza. A diario vemos actores de primera línea difundiendo explicaciones nocivas y que no son significativas en casi ninguna parte del mundo. La idea de que, en términos generales, la emisión no genera inflación es marginal en casi todos lados. La retórica del control popular de precios es otra baratija del pasado.

Pero el problema atraviesa al entendimiento económico general argentino. También es absolutamente regresiva la forma en la que tantos actores entienden y explican el rol del sector agroexportador, la apertura internacional o el desprecio que muestran por la creación de riqueza. Ayer escuchaba a personajes de primera línea solucionar el desabastecimiento con propuestas increíbles. No es que estas ideas no existieran en otros lugares, es que en general quedaron en el pasado o resisten de forma poco significativa. Nuestro propio Uruguay tuvo sobre mitad del siglo XX dolorosos debates que incluyeron estos temas.

La economía uruguaya de la década de 1960 tenía muchos problemas similares a los que hoy tiene Argentina: una economía inflacionaria, cerrada, estancada y con regulaciones antieconómicas.

El Uruguay posdictadura construyó una economía mucho más rica, abierta, estable y con menos pobreza. Eso fue fruto de reformas concretas, pero también de ideas que se impusieron, de “sentidos comunes” mejores que pasaron a dominar el debate. Parte de la relativa prosperidad es fruto del triunfo de mejores ideas de este lado del río.

No subestimemos el impacto del debate público sobre la realidad.

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