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¿Cuánto importa la desigualdad?

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aGUSTÍN ITURRALDE
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Cada enero la ONG británica Oxfam publica su informe sobre la desigualdad global. Es mucho el impacto que tiene, hay que reconocer que de alguna forma logra poner el dedo en la llaga.

Las estimaciones de desigualdad de Oxfam presentan evidentes errores metodológicos que han sido señalados por prestigiosos profesionales. Recomiendo en particular una didáctica crítica del economista español Xavier Sala i Martín. Hay dos errores grandes que cualquier persona con mínimos conocimientos de economía puede comprender: la no consideración en la diferencia de precios en los distintos países y la no inclusión como riqueza de los bienes de uso duradero. Estas dos omisiones inducen a una importante sobreestimación de la desigualdad facilitando titulares espectaculares. A su vez, la forma de presentar el cálculo es presa de las volatilidades del tipo de cambio, que suba o baje el dólar termina siendo la gran explicación de cuantos ricos concentran la mitad de la riqueza en un año dado.

Pero vamos al fondo, más allá de titulares exagerados lo cierto es que la desigualdad existe y preocupa a muchos. El problema principal de este tipo de informes son el simplismo en el análisis y en las soluciones.

¿La desigualdad está aumentando escandalosamente como plantea Oxfam? Como siempre es más complejo, pero la respuesta corta es no. Mirando la desigualdad global del ingreso (que son más aceptadas que la riqueza neta que propone Oxfam) podemos descomponerla en dos: la desigualdad entre los países y la desigualdad dentro de los países. Desde la década de 1970 estos dos componentes se movieron en distintas direcciones: la brecha entre los países se redujo mucho pero la brecha dentro de algunos países (en especial en los más ricos) se amplió. Una forma simple de pensarlo es que los pobres de China tienen un ingreso mucho más parecido a los pobres de EE.UU. que nunca antes. Lo mismo pasa con los ricos de ambos países. Pero los pobres de EE.UU. están más lejos de sus compatriotas ricos que en la década de 1970. Sumando ambos componentes la desigualdad total de ingreso bajó en las últimas décadas, aunque esto no venda tanto.

Más allá de eso, el peligro es el reduccionismo. La desigualdad importa pero no es lo más importante. Aunque menos romántico, el ingreso por habitante sigue siendo mucho más determinante en el bienestar de la población de un país. Pregunten si no a los haitianos que huyen a la vecina, y más desigualitaria, República Dominicana; o a quienes llegan a EE.UU. desde Cuba, o a los que se jugaban la vida para llegar a la RFA desde la RDA. Todos destinos más desiguales que el origen.

Claro que todos queremos ser Noruega o Islandia con altísimos niveles de ingreso y poca desigualdad. Pero esto no se hace con pensamiento mágico, sino pregunten allende el Plata, donde los discursos y políticas distributivas son inútiles ante tal nivel de destrucción económica.

El aumento de la desigualdad en algunos países está en el centro de muchos malestares de la última década, es lógico que preocupe. Pero ni el diagnóstico ni la solución son tan simples como propone Oxfam. Ojalá fuera tan fácil como cobrar impuestos del 99% y repartir. La verdadera desigualdad es la formación de las personas, cualquier redistribución monetaria será inútil ante ese océano.

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