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Confirmación y manija

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AGUSTÍN ITURALDE
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Las redes sociales, en particular Twitter, exigen inmediatez y juicios categóricos. Al igual que en el bar, hay que decir cosas fuertes sobre el tema del momento, y que las entiendan todos para “tener éxito”.

Esta lógica, tan vieja, está reforzada por la forma en que esas redes nos rodean de gente que piensa igual que nosotros y de información que nos regocija al confirmar nuestros prejuicios. Sin embargo, en las últimas semanas la mala costumbre de explicar las cosas graves y complejas desde los axiomas ideológicos se llevó un par de golpes.

El domingo 31 de mayo amanecimos con la desgraciada noticia de tres infantes de marina de la armada nacional asesinados.

No fueron pocos los que apuraron sus conclusiones y vieron en los discursos contrarios a las fuerzas armadas y la violencia política del pasado como explicaciones posibles a lo sucedido. Lo más notorio fue la intervención de un expresidente mencionando desgraciados episodios del pasado al referirse a este hecho. A los pocos días la realidad mostró una explicación bien distinta. No había subversión ni ningún tipo de móvil político en la lamentable muerte de esos funcionarios.

Más acá, el 15 de julio, una persona en situación de calle fue prendida fuego mientras dormía. Una salvajada pocas veces vista en nuestro país (aunque ya había ocurrido algún hecho similar). Tampoco demoraron en llegar las explicaciones que se ajustaban a los prejuicios de turno.

Un exdirector del Mides fue quien fue más lejos, ese mismo día: “Los discursos nunca son inocentes, generan realidades. Años de campañitas diciendo: se mantienen vagos, pichis, atorrantes. Años de aporofobia (...) Esos son los que prendieron la llama.”, tuiteó.

El mensaje, que tiene más de 300 retuiteos, apuntaba a que la infame agresión era producto del discurso de sus adversarios políticos, llegando a acusar a estos de encender la hoguera.

Un alcalde de Montevideo fue apenas más cuidadoso. El día de los tristes sucesos publicó: “Prendieron fuego a un hombre en situación de calle en Ciudad Vieja (...). Cuando emergen discursos de odio, cuando estos castigan siempre a los más pobres y relegados pasan estas cosas (...)”.

La información conocida en estas horas muestra una explicación radicalmente distinta de la que la ensayaban los jerarcas. Quién prendió fuego a esa persona fue un vendedor de drogas que operaba en Ciudad Vieja, y la causa fue una deuda impaga. No tuvieron nada que ver los discursos ni la aporofobia.

El sesgo de confirmación es la tendencia que todos tenemos a buscar explicaciones o evidencia que confirme nuestras ideas previas.

Es una trampa en la que todos caemos cuando razonamos: confirmar ideas es mucho más agradable para nuestra mente que cuestionarlas. Reducir el impacto que este sesgo requiere un esfuerzo cotidiano; nadie lo logra del todo pero creo que quienes intervienen en el debate público tienen el deber de intentarlo.

Es fácil, y no tiene mayor mérito, dar manija en redes apuntalando explicaciones que confirman visiones ideologizadas del mundo (y del país). El ambiente está raro y lo que necesitamos es más humildad y menos seguir el ritmo de Twitter.

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