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Armas de doble filo

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AGUSTÍN ITURRALDE
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Qué prestas que están las antorchas para los linchamientos por un chiste de mal gusto o que pueda resultar ofensivo. Algunos que suelen sumarse a esas turbas morales, sintieron en carne propia el peligro que esto representa.

En 2017 hubo un episodio bien parecido al de Rafael Cotelo. El hoy rector de la Universidad de la República, Rodrigo Arim, denunció por Twitter presunta discriminación hacia los mexicanos en el cartel de una cafetería de Pocitos. Este decía: “No dogs or mexicans allowed”. El comercio, de dueños cosmopolitas, intentó burlarse de la política migratoria de Trump colocando una frase popularizada por una película de Quentin Tarantino. El 8 de abril de ese año, quien entonces era decano de Ciencias Económicas tuiteó: “Inaceptable: cartel en café ‘no se permiten perros ni mexicanos’. No es USA, es Pocitos. Propietario norteamericano. Discriminación pura”.

Y ahí comenzó la caza de brujas. 96 minutos después de ese tuit, la directora de Desarrollo Social de la Intendencia de Montevideo, Fabiana Goyeneche, pidió el nombre y la dirección del lugar. Poco después, el ahora intendente Cristian di Candia se refirió a una inspección, una intimación al retiro del cartel y una denuncia al Instituto Nacional de Derechos Humanos. Milton Romani, exrepresentante ante la OEA dijo: “Rodrigo pasa la dirección exacta para difundir el boicot y denuncia (sic)”. También advirtió que podía configurarse un delito penado con prisión.

El comercio efectivamente recibió una intimación por presunta violación de normas antidiscriminación, más una avalancha de malas calificaciones en Google Maps de gente que jamás puso un pie en el local.

Las consecuencias comerciales y el daño causado fueron absolutamente desproporcionadas para quienes, en el peor de los casos, no supieron hacer entender un chiste que buscaba justamente, el sentido contrario a lo señalado.

Pero las antorchas inquisidoras estaban allí prontas, incluyendo entre sus portantes a relevantes funcionarios públicos que lo hacían al calor del gobierno.

Las similitudes con lo vivido esta semana son evidentes, cambian los indignados. Es que los indignados y los defensores de no ponerle límites al humor variarían y se intercambiarían si los protagonistas fueran, por ejemplo, Rafael Cotelo y Orlando Petinatti.

De hecho, uno de los comunicadores involucrados en este episodio de Rivera (y que no es Cotelo), había sido parte de la turba linchadora de 2017, desde su cuenta de Twitter donde suele dar lecciones morales.

Pero Rafael Cotelo la va a sacar mucho más barata que el pobre comerciante que no pertenecía a tribu mediática alguna que lo defendiera del escrache. Mejor ni imaginar si este mismo humor salía de otras bocas, o si eran otros los agraviados. Seguramente, las turbas inquisidoras habrían actuado de forma mucho más implacable.

No hablo de la reacción de los riverenses: es razonable que quien se siente injustamente agraviado se lo tome personal. Lo que sería bueno aprender es el peligro de la moralina permanente hacia el “otro”, mientras que “a los míos” les perdono cosas peores. Además de ser tremendamente hipócrita es jugar con un arma de doble filo.

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