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Adam Smith en el siglo XXI

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Hoy nos proponemos culminar la serie de artículos sobre Adam Smith que comenzamos la primera semana de enero, reseñando algunas de sus ideas que son importantes para las sociedades del siglo XXI.

Como ocurre con la obra de todos los grandes pensadores de la historia hay aspectos que ceden ante el paso del tiempo, mientras otros se mantienen incólumes, incluso cobrando nueva importancia.

Indudablemente la teoría del valor de Smith, como la de todos los clásicos anteriores a la revolución marginalista de la década de 1870, queda obsoleta. La teoría objetiva del valor trabajo basada en las horas-hombre dejó de ser razonable hace casi un siglo y medio. Sin embargo, mientras que esta obsolescencia destruye algunas visiones que estaban basadas fundamentalmente en ella, como la de Marx, no afecta en mayor medida la de Smith.

Mientras que para Marx esa teoría del valor es clave para explicar la explotación y su concepción de la historia, que por lo tanto quedan también perimidas, al no formar parte central de la forma en que Smith explica el funcionamiento de la sociedad comercial hace que quede inafectada. En otras palabras, es un error evidente visto desde la comprensión que hoy tenemos de la ciencia económica pero no invalida su explicación del funcionamiento del libre mercado basado en el orden espontáneo.

La teoría social de Smith es mucho más compleja de lo que cabe en una caricatura de su pensamiento. El mercado no es un ente abstracto en el vacío, la economía no está desligada de la cultura, las instituciones y la política; las motivaciones de las personas son diversas, su conocimiento necesariamente parcial, subjetivo y único, y el propio marco en el que se desenvuelve la acción humana cambia con el paso del tiempo, aunque no lo haga la naturaleza de los individuos.

Por lo tanto, lo que Smith explicó, aunque obviamente no inventó, es que el mercado no es solamente un mecanismo de cooperación formidable que permite que colaboren una cantidad nunca antes imaginada de personas desatando un proceso de generación de riqueza extraordinario, sino que el propio soporte del mercado, que son las instituciones por las que se rige, también son consecuencia de un orden espontáneo.

El mercado, entendido como la posibilidad de que las personas participen libre y voluntariamente en los proyectos que entiendan convenientes, es insustituible para la vida como la conocemos. Lo que no debemos perder de vista es que las instituciones que son necesarias para el buen funcionamiento del mercado también son indispensables.

El mercado requiere reglas, estas reglas evolucionan y pueden ser distintas para uno en concreto -dentro de una disposición general coherente- y el propio orden espontáneo permite que se vayan encontrando las soluciones adecuadas a cada necesidad humana. El “obvio y simple sistema de libertad natural” que descubrió Smith, en su real complejidad que merece un respeto reverencial y suma cautela antes de intentar enmendarlo, sigue constituyendo el gran objeto de estudio de la economía en que se sustenta lo mejor de nuestra civilización. Esta gran visión no solo tiene plena vigencia, es cada vez más importante para que la sociedad se desarrolle y para que podamos ser personas libres y responsables.

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