Publicidad

La partida de póker

Compartir esta noticia

Leo en La Patilla, una vibrante web venezolana, que Nicolás Maduro llamó “traidor” al colombiano Juan Manuel Santos por haber ido a Cuba a reclutar a Raúl Castro para ponerle fin a la Constituyente que se propone convocar el 30 de julio.

Leo en La Patilla, una vibrante web venezolana, que Nicolás Maduro llamó “traidor” al colombiano Juan Manuel Santos por haber ido a Cuba a reclutar a Raúl Castro para ponerle fin a la Constituyente que se propone convocar el 30 de julio.

Me parece excesivo.

Si lo hubiera calificado de “tonto” o de “ingenuo” hubiese resultado más razonable. Nicolás Maduro es hechura de Raúl Castro. Él y Fidel lo eligieron como virrey para la riquísima colonia sudamericana, se lo “vendieron” a un moribundo Hugo Rafael Chávez con la ayuda de Lula da Silva, y lo sostendrán hasta el último venezolano. La gestión de Santos era ridícula.

Santos (y con él muchos mandatarios hispanoamericanos) no acaba de entender que Raúl Castro, como lo era Fidel, es un tirano comunista, serio y comprometido, que posee un claro sentido de sus lealtades.

Raúl no sirvió de puente para salvar de la violencia a los colombianos, algo que probablemente lo complace, sino para rescatar a las FARC en su peor momento, tras las muertes sucesivas de Raúl Reyes, “Mono Jojoy” y Alfonso Cano.

En la etapa de los bombardeos aéreos quirúrgicos y los mortíferos drones era una cuestión de tiempo que toda la dirigencia fuera exterminada.

Raúl puede ser una persona amable y risueña con sus interlocutores, pero eso no significa nada.

Con esa misma actitud, de la mano de Fidel, su hermano y padre emocional, mandó fusilar a sus amigos el general Arnaldo Ochoa y el coronel Tony de la Guardia. Su prioridad es “la revolución”, lo que le exige mantenerse en el poder a cualquier costo y tratar de sostener a los proveedores más obsequiosos, como Maduro, el primero de todos.

Recuerdo, con cierto estupor, una reunión que tuve con el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari en su oficina de Los Pinos. Me acompañaba Juan Suárez-Rivas, entonces vicepresidente de la Unión Liberal Cubana. Junto al gobernante se sentaba su asesor José de Córdoba Montoya. Salinas nos contó que hacía pocas fechas había juntado en el Caribe mexicano a Fidel Castro con los presidentes, César Gaviria (Colombia), y Carlos Andrés Pérez (Venezuela), para tratar de ayudar al dictador cubano en su peor momento económico y social, tras la desaparición de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), de los subsidios que recibía y del enterramiento simbólico del marxismo-leninismo.

Fidel Castro, para sorpresa de Salinas, que es un economista educado y racional, los acusó de prestarse al juego desalentador de la CIA, cuando lo que, realmente, estaba a punto de ocurrir, era el colapso del mundo capitalista occidental.

El cubano, en su fiera militancia comunista, resultaba indiferente a la realidad. Como lo es Raúl, aunque sepa, desde hace mucho tiempo, que el sistema es un completo desastre. Las anteojeras ideológicas son eso: una exoneración del sentido común y de la necesidad de actuar coherentemente.

Pero lo más interesante es que ninguno de ellos -ni Salinas, ni Gaviria, ni CAP- percibía al Comandante como lo que era objetivamente: un aventurero comunista decidido a implantar a tiros el régimen en el que creía. Un enemigo de las ideas republicanas con que se habían forjado las naciones latinoamericanas, que no había vacilado en alentar la creación de movimientos guerrilleros en medio planeta, pero especialmente en Colombia y Venezuela, sin olvidar las guerras africanas de Angola y Etiopía, conflictos bélicos por los que pasaron medio millón de soldados cubanos a lo largo de los quince años que duraron las batallas y la ocupación.

Juan Manuel Santos es sólo el último de los presidentes latinoamericanos que han caído en la trampa de creer que los mandatarios cubanos -incluido el Comandante muerto en noviembre pasado- eran sus amigos. Raúl Castro lo escuchó e inmediatamente le ordenó a su discípulo Maduro que resistiera rodilla en tierra.

El gran error de cualquier estadista es no saber identificar a sus verdaderos enemigos.

Santos lo ha cometido. (No lo cometieron, por cierto, Rómulo Betancourt, Luis Alberto Lacalle, Washington Beltrán y otros pocos gobernantes bien preparados). Dicen que Santos es un gran jugador de póker. No lo parece. Raúl y Maduro le han ganado la partida.

Al menos por ahora.

SEGUIR
Carlos Alberto Montaner

¿Encontraste un error?

Reportar

Te puede interesar

Publicidad

Publicidad