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Sobre el primer tupamaro muerto

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Alejandro Sánchez y Daniel Caggiani, dos diputados del MPP mujiquista, acaban de evocar con emoción el 50º aniversario de la muerte “en combate” del primer tupamaro, Carlos Flores.

Alejandro Sánchez y Daniel Caggiani, dos diputados del MPP mujiquista, acaban de evocar con emoción el 50º aniversario de la muerte “en combate” del primer tupamaro, Carlos Flores.

De sus palabras cabría deducir que se trata de un héroe cuando en realidad fue una víctima del descabellado plan para implantar en Uruguay un régimen castrista. Flores murió en un tiroteo con la policía el 22 de diciembre de 1966 cuando pretendía asaltar una empresa a fin de recaudar fondos para el MLN.
La fecha lo dice todo. Semanas antes los uruguayos habían votado con entusiasmo un nuevo presidente, el colorado Óscar Gestido, y una nueva Constitución que terminó con el gobierno colegiado, esa especie de senadito bipartidista que hacía las veces de Poder Ejecutivo. El ambiente era de un optimismo confirmado por los nombres de futuros ministros: Amílcar Vasconcellos en Economía, Zelmar Michelini en Industria, Luis Hierro Gambardella en Educación, Enrique Vescovi en Trabajo y Manuel Flores Mora en Ganadería. No preanunciaban un gobierno represor ni “reaccionario”.

Empero, ahí estaban los tupamaros armándose hasta los dientes, asociados con aventureros como Nell Tacci, exmiembro del pro nazi “Tacuara” argentino que acompañaba a Flores y que pudo escapar. O sea que hace medio siglo, cuando la democracia uruguaya cambiaba de signo y del colegiado blanco se pasaba a una presidencia colorada, los tupamaros montaban una revolución imposible inspirada en Cuba.

En realidad su acción comenzó en 1963, pero la ingenua policía uruguaya de la época no olfateó que había una guerrilla detrás de robos, asaltos y bombas detonadas en casas de políticos. Ni aun cuando murió Flores era imaginable que hubiera en el país un movimiento armado para tomar el poder representado entonces por ministros blancos como Wilson Ferreira Aldunate en Ganadería, Juan Pivel Devoto en Educación, Dardo Ortiz en Economía o Francisco Rodríguez Camusso en Salud Pública. Otro elenco, el saliente, al que costaba tildar de derechista.

Así y todo, en aquel país que si bien no era un dechado de virtudes encabezaba los rankings latinoamericanos en producto per cápita, educación, salud, esperanza de vida, tasa de lectura de diarios por habitante y, sobre todo, en calidad de su democracia, la sombra de la violencia se alzaba amenazante. Una violencia con ideólogos por supuesto más veteranos que el joven Flores, carne de cañón de un proyecto revolucionario que el propio Che Guevara desaconsejaría para Uruguay en su célebre discurso en el paraninfo de la Udelar.

Pero nuestros iluminados creían saber más de revoluciones que el propio Che y se lanzaron a la guerra con consignas tan trágicas como la del “cuanto peor, mejor” que finalmente servirían para sacar a los militares de los cuarteles con resultados desastrosos.

Una paradoja que los apologistas de Flores deberían atender es que en aquel diciembre del 66 entre los “reaccionarios” gobiernos saliente y entrante que los tupamaros querían combatir con las armas figuraban políticos como Michelini y Rodríguez Camusso, más adelante fundadores del Frente Amplio. ¿A Sánchez, Caggiani y compañía esto no les demuestra cuan absurda fue la intentona tupamara que hoy conmemoran?

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Antonio Mercader

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