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Un país agredido por los tupamaros

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Como mañana se cumplen 54 años del primer atentado tupamaro y visto que el relato de cierta izquierda insiste con que Sendic, Mujica y compañía se alzaron contra un posible golpe de Estado militar en un Uruguay deplorable, vale recordar cómo era nuestro país el 31 de julio de 1963. Ese día los guerrilleros robaron armas del club de Tiro Suizo, en Colonia, para iniciar la revolución contra el poder ejercido por el Consejo Nacional de Gobierno, especie de minisenado con un presidente rotativo que en aquel año era Daniel Fernández Crespo.

Como mañana se cumplen 54 años del primer atentado tupamaro y visto que el relato de cierta izquierda insiste con que Sendic, Mujica y compañía se alzaron contra un posible golpe de Estado militar en un Uruguay deplorable, vale recordar cómo era nuestro país el 31 de julio de 1963. Ese día los guerrilleros robaron armas del club de Tiro Suizo, en Colonia, para iniciar la revolución contra el poder ejercido por el Consejo Nacional de Gobierno, especie de minisenado con un presidente rotativo que en aquel año era Daniel Fernández Crespo.

Ese gobierno colegiado a la suiza, de poca eficacia pero con fama de conducir a uno de los países más democráticos del mundo, era la cabeza de la hidra que los tupamaros querían cortar y sustituir por un régimen castrista al estilo de su idolatrada tiranía cubana.

Aparte de Fernández Crespo (un político muy popular en Montevideo, ciudad de la que fue Intendente), había otras figuras del Partido Nacional denostadas por los tupamaros. Entre ellas figuraba el ministro de Hacienda, Salvador Ferrer Serra, criticado porque la inflación llegaba al 10%; Wilson Ferreira, ministro de Ganadería y verdadero “premier” del gobierno que planeaba la reforma agraria; y el ministro de Instrucción Pública, Juan Pivel Devoto, el gran historiador.

Tras el Tiro Suizo los tupamaros detonaron bombas en casas de varios consejeros de Gobierno, entre ellos Washington Beltrán y Luis Gian-nattasio, miembros de un Ejecutivo tildado en los panfletos guerrilleros de “reaccionario” y “cipayo”. Así las gastaban nuestros castristas, fanáticos de la “teoría del foco” según la cual una elite de iluminados podía, a punta de pistola, generar las condiciones para la revolución.

Aquel Uruguay calificado como el “país de las clases medias” era considerado un vergel en la región. Montevideo, “la ciudad sin rejas” se jactaba de ser “la capital más segura de América del Sur”, según Interpol. La esperanza de vida de los uruguayos era de nivel europeo (75 años) al igual que la distribución del ingreso. El desempleo rondaba el 8%, cifra que miembros colorados del Consejo de Gobierno tan “oligárquicos” como Oscar Gestido y Amílcar Vasconcellos reprochaban a los blancos.

En sus proclamas los guerrilleros hacían carne en datos de ese género así como en lo que llamaban “falta de proyecto de país”, infundada acusación pues en aquel invierno del 63, un joven contador, Enrique Iglesias, montaba la legendaria CIDE (Comisión de Inversión y Desarrollo) que no solo haría el primer retrato de la realidad nacional sino también un meditado programa de reformas.

Pero los tupamaros no querían reformas sino la lucha armada como lo probaban los muros pintados con frases como “el poder está en la boca del fusil”. Por eso, en la noche de aquel 31 de julio robaron del solitario depósito de un club de campo dos docenas de fusiles con los cuales pertrechar a su guerrilla. De ese modo, aquel robo del Tiro Suizo fue el primer golpe de los tupamaros contra la democracia uruguaya. Otros muchos asestarían en los diez años siguientes hasta desencadenar el golpe de Estado que -cual profecía autocumplida- terminarían por causar.

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Antonio Mercader

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