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Virtudes necesarias

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La falta de empatía, esto es, ponernos en el lugar del otro, nos lleva a protagonizar actitudes con una aureola de omnipotencia que cuesta justificar. Hay afirmaciones temerarias que digerirlas lleva mucho tiempo y la perplejidad nos invade.

La falta de empatía, esto es, ponernos en el lugar del otro, nos lleva a protagonizar actitudes con una aureola de omnipotencia que cuesta justificar. Hay afirmaciones temerarias que digerirlas lleva mucho tiempo y la perplejidad nos invade.

A veces se exponen argumentos que pareciera tuvieran como destinatarios a grandes tontos, la ciudadanía, que impertérrita y sumisa, asimila y asimila.

Nos acostumbramos a la chatura, al rostro de póker de algún político audaz, a tolerar trapisondas y mentiras de jerarcas y no jerarcas, a los asesinatos casi diarios de gente de trabajo, a los robos y hurtos que son moneda cotidiana, a tanta cosa que forman parte del paisaje cotidiano.

Hace falta liderazgo en serio y con sustento (dije sustento, ya sabemos que pasa cuando nos presiden sin el mismo) y no advenedizos de ocasión, para comenzar a mover tanta inercia, tanto statu quo absolutamente nefasto y lacerante para las generaciones por venir.

Además de todas las características que debe tener un líder, hace falta una dosis suprema de humildad, de acto de contrición, de entonar un mea culpa, de desprenderse de ese ego que domina la escena y no nos dejar tomar debida consciencia de los desatinos que se cometen.

Esa humildad si se exhibiera, hubiera devenido en más de una renuncia de jerarcas atornillados a su puesto, apegado al séquito de secretarias, aquerenciado al chofer y el auto público y tantas características de los cargos de enjundia.

La humildad en definitiva, es una posición intelectual de acertada auto crítica, es un forzoso punto de partida hacia etapas de superación y como tal, un requisito estimulante para realizar lo hasta ahora irrealizado en el plano del quehacer y una condición imprescindible para corregirse y perfeccionarse dentro de las líneas que delimitan el panorama anterior.

Sólo puede corregirse lo defectuoso, sólo puede perfeccionarse lo imperfecto y no mediando humildad no es posible que se reconozcan las deficiencias y limitaciones que se ostenten y las flaquezas e insolvencias que se padezcan. En la humildad se produce un constante ajuste de estados de conciencia que van escalonando etapas de complementación; se juzga con severidad, se tiene una voluntad inexorable para realizarse, cierto estilo cruel para no concederse nunca una ejecutoria satisfecha. Todo en las antípodas de lo que sucede…

Cuánto más elevada sea la talla de una personalidad, cuanto más conciencia ella tenga de sus capacidades, si es lógica, deberá ser humilde. Esa plena conciencia será su humildad, que brindándole siempre un panorama de posible superación, una perspectiva más cabal, más plena, más totalizada, pospone indefinidamente la idea de sentirse colmado y plantea siempre nuevas y más difíciles contingencias de madurez, obligado a transferir para un futuro que siempre mantiene su condición de tal, la hora complacida del orgullo por haber alcanzado la meta. Aunque ésta nadie la alcance, se van logrando etapas.

Y esta forma de ser debe de venir de la mano de una conducta moral. Debe ser un faro esperanzador a pesar de todos los nubarrones éticos que nos circundan. Las actitudes contestatarias ante hechos por lo pronto, irregulares, deben ser protagonizadas por héroes morales que ante preguntas que la vida nos formula, optan. Vivir con valores no es una experiencia inalcanzable.

La dignidad es el resultado del buen equilibrio emocional. Gandhi decía que “perder la propia individualidad y convertirse en un mero engranaje de una máquina, está por debajo de la dignidad humana”. Juzgue amigo lector.

Un político digno jamás estará tranquilo, porque sobre su persona recae la responsabilidad de ayudar a sus conciudadanos. Haciendo las cosas bien se es digno. Digno no solo para ser persona, sino además para poder representar mejor a los ciudadanos.

La sociedad debe salir de su letargo y no ser complaciente con la mentira, con el corrupto, con el soberbio. Porque con la actual parsimonia y la indiferencia complaciente, somos cómplices de esta chatura y seguiremos inmersos en el más acendrado subdesarrollo.

Escucho a progenitores que instan a sus hijos a irse del país (lo he vivido reiteradamente); el escozor me gana y me rebelo con intensidad, ganado por un sentimiento de patriotismo. Necesito seguir pensando qué tengo razón, pero por momentos escasean los argumentos.

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Anibal Durán

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