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Segundo

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Desde que nacimos como país independiente tuvimos un ejecutivo fuerte. Unipersonal y dueño de designar a sus ministros por la constitución de 1830. Colegiado (presidente acompañado de Consejo Nacional de Administración) en 1918, para luego ser nuevamente unipersonal en la siguiente carta constitucional, la de 1934. Fue esa constitución la que creó el cargo de Vicepresidente de la República.

Desde que nacimos como país independiente tuvimos un ejecutivo fuerte. Unipersonal y dueño de designar a sus ministros por la constitución de 1830. Colegiado (presidente acompañado de Consejo Nacional de Administración) en 1918, para luego ser nuevamente unipersonal en la siguiente carta constitucional, la de 1934. Fue esa constitución la que creó el cargo de Vicepresidente de la República.

Cuando un nuevo cambio institucional impuso por segunda vez el ejecutivo colegiado (esta vez totalmente colectivo, ejercido por el Consejo Nacional de Gobierno) la figura del vicepresidente desapareció. Retornó con la constitución de 1967, para perderse una vez más en 1973, cuando la altamente simbólica renuncia del vicepresidente Jorge Sapelli, negándose a secundar el golpe de estado. Nos reencontramos con el cargo y con la institucionalidad a partir de 1985.

En la historia de ese cargo solo hubo cinco vicepresidencias interrumpidas: en 1952, la de Alfredo Brum, quien cesó en el cargo por la reforma constitucional que instauró el colegiado; las de Luis Batlle Berres y Jorge Pacheco Areco, porque debieron sustituir a sus respectivos presidentes, por fallecimiento; la ya mencionada de J. Sapelli y, finalmente, la de Hugo Batalla, que murió en 1998, antes de cumplir la totalidad de su mandato.

El vicepresidente siempre mantuvo la misma funcionalidad: integrar las fórmulas electorales, ser el eventual sustituto del presidente y presidir el parlamento, manteniendo una clara diferenciación de ambos poderes. Siempre se definió oscilando entre la “fórmula institucional” (por la cual el candidato a vicepresidente es elegido por el partido) y la “fórmula personal”, (por la cual es seleccionado por el propio candidato presidencial); dependiente además de la definición de las internas, del rol de los liderazgos y del peso de los aparatos partidarios.

En la primera presidencia del Dr. Tabaré Vázquez se produjo una inflexión en el cargo del vicepresidente, que comenzó a participar del Consejo de Ministros, o sea del Ejecutivo, lugar que lo posicionó en dos poderes a la vez. Podría haber sido un rasgo parlamentarista que le diera más jerarquía al vicepresidente, si este controlara al ejecutivo con su presencia, pero resultó solo fortalecedor del ejecutivo, que le asignó graciosamente un sitial de “segundo”, que no es lo mismo que ser el primero del Legislativo. Con leves matices, las siguientes presidencias hicieron lo mismo.

En tiempos en que ya no caen ministros con las interpelaciones parlamentarias, en que se busca al filo de la navaja el famoso voto 50 que permite aprobar o no tal o cual ley, me pregunto qué pasará con la institución, no con el titular del cargo, ni con su eventual sucesor si es que no cumpliera su mandato. Con el altísimo cargo, debilitado por el paternalismo ejecutivo y obligado a acatar a otros organismos partidarios, frente a los cuales también ocupa un lugar “segundo”, en confusa coexistencia de poderes.

¿Cuál debería ser el rol de la vicepresidencia? Lejos de darme gracia los burdos chistes sobre su actual titular y sobre el abroquelamiento infantilizante que en torno a su persona realizan algunos miembros del gobierno, me preocupa la separación de poderes y el estado de salud de un cargo clave en el sistema democrático uruguayo.

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Ana Ribeiro

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