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Digo una, digo otra

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Hace más de cincuenta años, Benedetti nos definió como “el país de la cola de paja”. Hoy podríamos rebautizarnos como el del “digo una - digo otra”.

Hace más de cincuenta años, Benedetti nos definió como “el país de la cola de paja”. Hoy podríamos rebautizarnos como el del “digo una - digo otra”.

Porque esta característica infaltable en la cartera retórica de la dama y el bolsillo argumental del caballero, está presente en la política, en la cultura, en los medios de comunicación, hasta en la academia.

La frase completa (“como te digo una cosa, te digo la otra”) ha sido acuñada por un inefable expresidente, que fue y es síntesis y símbolo del estado actual de nuestra cultura. Primero lo decía en serio, hasta que alguien le hizo notar semejante atentado a la lógica y al sentido común. Pero en lugar de dejar de expresarlo, optó por repetirlo en broma, parodiándose a sí mismo, y todos se lo festejamos, encantados.

Así, extinguimos lo poco que quedaba de Rodó, Vaz Ferreira y Real de Azúa en nuestra claudicante racionalidad y dejamos pasar, una y otra vez con adorable indolencia, los contrasentidos más infames y las contradicciones más estúpidas.

Dejemos de lado el caso Sendic, víctima del Plan Atlanta, del Plan Atlántida y de la ínfima chambonada de haber gastado 800 millones de dólares de todos los uruguayos en un colchón, un short y otras menudencias.

Olvidemos por un momento a la FEUU aplaudiendo a un terrorista de Estado que asesina estudiantes. O al Pit-Cnt usando, en defensa del mismo genocida, idénticos argumentos a los que empleaba la dictadura uruguaya para torturar y matar trabajadores.

Pasemos por alto un Ministro de Economía que admite que los uruguayos no resisten más impuestos pero los incrementa, porque todo es posible, con tal de evitar el sacrilegio de recortar gastos.

Vayamos al más reciente “digo una - digo otra”, capítulo académico.

Cuando se viralizó en las redes un anuncio (diseñado con tipografía similar a la que tienen los imanes de delivery de pizza), que lanzaba una Cátedra Fidel Castro en la Facultad de Humanidades, lo primero que pensé fue que se trataba de una falsedad malintencionada o un chiste. De pronto apareció un tuit de la embajadora de Cuba en Uruguay, celebrando la iniciativa.

Y ahora nos enteramos que es un proyecto real de la Asociación de Funcionarios de la Udelar y la FEUU, entre otros colectivos, que reservaron el salón de actos de dicho centro de estudios y les fue concedido a tal fin. Según nota de El Observador, el decano Álvaro Rico deslinda responsabilidad de la iniciativa, pero no da la orden de cancelarla. Ni siquiera de quitar el nombre de “cátedra” asociado a semejante personaje, denominación que ningún sindicato tiene derecho a utilizar dentro de un recinto universitario, sin la aprobación de las autoridades académicas. En Salto, por permitir que se entregaran unas estampitas en un liceo, separaron del cargo a una directora. Acá no pasa nada: vía libre a las estampitas totalitarias.

Un dirigente de la FEUU aclaró al citado diario que no se trata de una cátedra en el sentido académico de la palabra: “se le dice cátedra, pero es un espacio de articulación de organizaciones sociales, que surge luego de la muerte de Fidel Castro a instancias del Alba (Asociación Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América)”. En el país del digo una - digo otra, inventamos una cátedra que no es cátedra. Mañana podemos lanzar una licenciatura (que tampoco será licenciatura) Nicolás Maduro o unos créditos académicos Kim Jong-un. Perdón Mario, pero me gustaba más el de la cola de paja.

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Álvaro Ahunchain

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