En la terraza del Café de Flore, en Boulevard St. Germain, donde se sentaba casi todos los días, a unos pocos pasos de Le Deux Magots, donde también se lo veía siempre junto a Simone de Beauvoir, me he sentado a escribir sobre Jean Paul Sartre, a 34 años de su muerte. El tomaba apuntes y se dejaba ir por el mundo de sus ideas en estos dos ámbitos, donde venían para mirarlo. El famoso pensador, cuya biografía (todo un clásico) debemos a Annie Cohen Solal, titulada “Sartre”, fue definido por ella, en la dedicatoria de un ejemplar que me obsequió, como el “hombrecito que quiso poseer el mundo”.
Julio Cortázar levantó el vuelo hace 30 años. Fue, junto con Vargas Llosa, García Márquez y Carlos Fuentes, una de las figuras fundamentales del llamado “boom” de las letras latinoamericanas. Fueron los tres mosqueteros que, en realidad, eran cuatro.
Sus incursiones en los misterios y sinrazones de la vida cotidiana lo enviaron directamente a la posteridad. Hablo de Franz Kafka, de quien se cumplen noventa años de su fallecimiento. Antes de que él naciera abundaban, aquí y allá, las situaciones grotescas, y se las llamaba de esa manera. Pero recién a partir de sus libros fue que empezamos a llamarlas con su apellido. Cuando hablamos de situaciones “kafkianas”, todos sabemos muy bien a qué nos referimos.
La palabra es como el fuego en una casa, para un escritor; es una herramienta útil, a condición de cuidarla y de alimentarla. Pues bien, quien siempre ha sido muy precavido en ello, es Paul Auster. Motivo para ser uno de los mejores novelistas de nuestro tiempo.
Nombrar a Javier de Viana (descendiente del primer Gobernador de Montevideo, el Mariscal José Joaquín de Viana), es recordar al más prolífico escritor de temas gauchescos del Uruguay. Un clásico de nuestras letras. Fue estanciero, y murió en la pobreza.
Hoy se cumplen setenta años del día que derribaron el avión que volaba sobre el Mediterráneo, pilotado por Antoine de Saint Exupéry, el celebrado autor de "El Principito", quien inició entonces su vuelo a la leyenda. Esta es una de las tragedias más conmovedoras del mundo de las letras. El 31 de julio de 1944, a las 8.45 horas, levantó vuelo en un Lockheed P-38 F5B, y a las 10.30 horas había desaparecido de los radares. Su avión estaba adaptado para una misión vinculada con el desembarco de los aliados: debía tomar fotografías en las costas del Sur de Francia, ocupadas por los alemanes. Saint Exupéry no regresó nunca. Y en un memorable artículo necrológico, Henry Bordeaux escribió sobre ese vuelo, diciendo que fue: "Una muerte ascendente, un verdadero despegue". Voló a su leyenda. En 1998 se encontró en el fondo del mar una pulsera de plata con el nombre de Saint-Exupéry y el de su esposa, y un fragmento de su traje. Y hace solo catorce años se hallaron los restos de su
Santiago Dossetti diría que ella “paso del sueño chico al sueño grande”. El pasado domingo 13, mientras dormía, murió la escritora Nadine Gordimer, Premio Nobel de Literatura de 1991, a los 90 años, en su Johannesburgo natal.
Siempre resulta atractivo dialogar con Mario Vargas Llosa, pues ofrece respuestas iluminadoras a los temas que le son planteados. El centro fueron, esta vez, tres escritores cuya obra ha marcado nuestra cultura, y por cierto, muy cercanos a nosotros. José Enrique Rodó; el gran novelista Juan Carlos Onetti; y el escritor y ministro de Cultura del General de Gaulle, André Malraux.
El lunes se iniciaron, como todos los 7 de julio, las Sanfermines. Desde la puerta del Café Iruña, en Pamplona, veo la Plaza del Castillo, escenario donde acontecía todo en los Sanfermines de aquellos tiempos, cuando había fuegos artificiales, se exhibía cine mudo y luego todos bailaban. Esto fue lo que atrajo a Ernest Hemingway por primera vez a Pamplona, hace 81 años. Fue con su esposa Hadley, aconsejado por Gertrude Stein. Desde entonces, los Sanfermines serían para él una cita ineludible y tema esencial de varios de sus celebrados libros, en especial su novela "Fiesta", llevada al cine. Pero sólo una parte de cuanto vio Hemingway sobrevive, por ejemplo, el disparo del Chupinazo, a las doce del mediodía del 7 de julio, costumbre que data de 1941. Pero hay, sí, otras relaciones.Hablar de Hemingway en Pamplona es hablar del café Iruña, que fue lugar común de todas sus visitas. Allí bebió incontables botellas de vino y cognac, a veces con Ava Gardner. Ahora, allí, le v