Aunque todavía dolido porque a Wilson le habían trampeado las elecciones, hace treinta años quedé envuelto en aquellos aires de alegría de volver a vivir en democracia. A fines de 1984, a comienzos de aquel verano en donde se respiraban ¡por fin! aires de libertad, como integrante de una generación políticamente castrada por la dictadura, sentí que se abría otro tiempo pleno de ilusiones y esperanzas.