A vista de lo que se ha escuchado de parte de las voces más representativas del oficialismo respecto a la campaña en Brasil, nadie podría dudar que Bolsonaro tiene bastantes motivos para no querer hablar con nadie del Frente Amplio.
"No podemos continuar a ese ritmo", dijo el ministro de Hacienda
Cuando el presidente electo de Chile, Sebastián Piñera, me dijo en una entrevista poco antes de su toma de posesión el domingo que Chile podría convertirse en el primer país desarrollado de América Latina tan pronto como en 2025, mi primera reacción fue de escepticismo.
Si algo enseña la victoria de Piñera es que las sociedades se cansan de que las asusten con el cuco neoliberal. Y que son capaces de entender que la alternancia democrática implica también alternancia de modelos políticos y económicos.
Las clases medias, grandes protagonistas de esta época, aspiran a consolidar sus avances. Ellas son críticas de la endémica corrupción sudamericana y exigen, pues, una mejor calidad de gobierno democrático.
Las elecciones chilenas del domingo mostraron que las cartas quedaron barajadas de una forma que dejan la segunda vuelta mucho más abierta y disputada de lo que se presumía en primera instancia.
El exitoso proceso chileno deja una gran enseñanza: es posible tener gobiernos de izquierda y conducir una política exterior que entienda y atienda las necesarias aperturas comerciales del país. Aquí, con el Frente Amplio, eso es imposible.
El 19 de noviembre los chilenos acudirán a las urnas. Si ningún candidato obtiene más del 50% de los sufragios, los dos más favorecidos (de un total de ocho) volverán a aspirar el 17 de diciembre.