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Filosofía "slow" en el ámbito laboral, sin perder agilidad

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Foto: Shutterstock

TALENTOS

“En un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder” afirma el escritor Carl Honore, impulsor y portavoz del movimiento ‘Slow’.

Los ritmos frenéticos de la vida laboral moderna pueden comprometer nuestra salud física y mental, con graves consecuencias también en la productividad. Y el particular contexto de la emergencia sanitaria con sus consecuencias sociales y económicas, añade mayor presión sobre el trabajador. Ante ello, adoptar la filosofía del slow work puede ayudar a recobrar el equilibrio y aumentar el rendimiento profesional.

Pero ¿qué es el movimiento ‘slow’? ¿y el ‘slow work’? El mensaje apunta a “hacer las cosas a su velocidad justa”, sostiene Tomás Rodríguez, Master en Dirección de Personas en las Organizaciones (Universidad de Navarra-Madrid).

Según el especialista uruguayo que trabaja para Telefónica en Madrid, hay momentos para ir rápido pero también hay otros que precisamos ir lento, y dentro de los dos hay un abanico infinito de velocidades. “Priorizar la calidad a la cantidad, ser conscientes de lo que estamos haciendo, estar en el presente, aquí y ahora”, subraya.

Es en esa dimensión que aparece el concepto de ‘slow work’, es decir, la aplicación de la filosofía slow al ámbito laboral. Propone básicamente la regulación de energías en el trabajo, la realización de una tarea a la vez (en lo posible evitando el tan famoso multitasking) y trabajar con conciencia. Añade que esta filosofía “apuesta por un equilibrio, una armonía entre la vida laboral y personal de los trabajadores”, pero además y no menos importante, “no significa menor productividad”.

Rodríguez detalla que numerosas investigaciones y expertos afirman con certeza que los trabajos realizados con tranquilidad, consciencia y no estando bajo altos niveles de estrés, son los que mayores y mejores resultados alcanzan. La gran pregunta que surge en el ámbito empresarial –sostiene- es ¿cómo podemos —si es que se puede— ir más lento en un entorno donde se priorizan las metodologías ágiles?, ¿cómo saber parar, si se premia el “minuto a minuto”, el valor diario de la acción (en empresas cotizadas), los resultados inmediatos y los beneficios para mañana?, señala.

“Como sabemos, el uso de las metodologías ágiles (Line, Scrum o Agile) es algo que ha arrasado en los últimos años con el diseño de la experiencia del empleado, los métodos de trabajo y la organización de equipos en las empresas —explica Rodríguez—, los principios y valores en los que se basan las metodologías ágiles tienen como características más importantes el realizar las entregas de forma rápida y continua, generalmente en equipos que sean multidisciplinarios”.

“Se ha vuelto común escuchar en el día a día de las grandes organizaciones palabras como daily, retro, sprints y agile coach, así como también alabanzas al modelo Spotify”. En esa dinámica, ¿se pueden armonizar dos conceptos que a priori parecen opuestos? Dice que la respuesta “es sí, pero cuidado, no será un camino sencillo”, advierte.

Según el estudio Enhancing creativity through mindless work, nuestro cerebro necesita alternar tareas: entre unas cognitivamente exigentes y otras bastante más sencillas, para que de esta manera podamos rendir mejor cuando sea realmente necesario.

Dicho artículo, comenta Tomás Rodríguez, destaca que “las cualidades de las piezas musicales no se capturan en la disposición de las notas, sino también en la disposición de los silencios entre notas.” Es decir, así como en necesario ir rápido en diferentes circunstancias que el trabajo amerite, es igual de imprescindible ir despacio y saber frenar. Ágil y slow, sonido y silencio, y entre ellos, un abanico infinito.

“No son conceptos opuestos, son conceptos que se complementan —advierte—, y cada uno tiene su lugar en momentos determinados de las jornadas de trabajo. El reto está en saber cuándo ir despacio y cuándo ir más lento, cuando avanzar y cuando parar”.

Lo que si queda claro es que “la idea de que para tener éxito solo es posible ir a velocidad turbo, es la mentira más venenosa, más tóxica y absurda del mundo”, dice el especialista, citando al escritor y periodista canadiense Carl Honore, impulsor y portavoz del movimiento ‘Slow’.

Esto responde a que “precisamos parar, porque el parar tiene igual valor que el avanzar, porque el silencio tiene igual valor que las notas, y porque lo ágil es igualmente valioso que lo lento. Como dijimos, se complementan y ambos son necesarios en nuestra vida laboral. No podemos ser ágiles todo el tiempo, y he aquí tal vez lo más complejo de entender para las empresas: un trabajador que sabe parar es un trabajador que sabrá cuando realmente avanzar, y cuando lo haga, será mucho más productivo”, indica.

Para Rodríguez, las metodologías ágiles buscan productividad, y el movimiento slow tiene como consecuencia exactamente lo mismo, por lo que, las organizaciones que mejor sepan unir ambas prácticas serán las que mayores beneficios obtengan, “beneficios a nivel de experiencia, de conciliación, y sin dudas, en sus cuentas de resultados”.

Y continúa: “la lógica de todo esto es bastante simple: no existe ser humano que trabaje a toda velocidad durante tiempo indeterminado, y si pretendemos que lo haga, sus resultados no serán buenos. Pero si igualmente a través de una metodología totalmente ágil los resultados son buenos (o convenientes para la empresa), no hay duda alguna que los mismos serían mucho mejores si existiesen pautas claras de descansos, stops, lentitud y ‘slow work’ que interactúen de forma armónica con la cultura ágil en el día a día laboral”.

“Porque esa es la gran cuestión: lo planteado no es un idealismo o letra muerta, saber cuándo acelerar y cuando parar es una gran virtud (con beneficios tangibles) que lamentablemente escasea por ese concepto erróneo de que más rápido siempre es mejor”.

El experto uruguayo concluye que “para triunfar en un mundo veloz, debemos bajar la velocidad, parar y mirar hacia dónde vamos. Las empresas tendrán el desafío de entender que más rápido siempre es mejor, pero no siempre, que la lentitud bien aplicada produce mayores beneficios económicos y que los empleados -más temprano que tarde- exigirán un ritmo de trabajo que sea asumible y que no los haga colapsar”.

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