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Una vida marcada a fuego por la causa que terminó siendo su epitafio

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Audaz y polémico, llegó al caso AMIA de la mano de los Kirchner; luego, el acuerdo con Irán significó su definitiva ruptura con el Gobierno

A los 51 años, el fiscal general Natalio Alberto Nisman apareció muerto en la madrugada de ayer en su departamento de Puerto Madero. Sus últimos 14 años los dedicó a investigar el atentado contra la sede de la AMIA, período en que acumuló amenazas, enemigos, controvertidos contactos con servicios de inteligencia, acusaciones por su sintonía con los gobiernos de los Kirchner, primero, y de Estados Unidos, después, y muy pocos aliados de verdadera confianza.

Hijo de un empresario textil, egresado de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y fogueado en los tribunales de Morón, donde ingresó como meritorio, Nisman dedicó años a ascender, paso a paso, en el escalafón judicial. Así llegó a fiscal ante los tribunales orales mientras impartía clases de Penal y de Procesal Penal en la UBA y Morón. Pero fue la "causa AMIA" lo que marcó su vida para siempre.

Su primer contacto con ese expediente ocurrió en el año 2000, cuando el entonces procurador general, Nicolás Becerra, lo designó coadyuvante de Eamon Mullen y José Barbaccia, los fiscales principales en esa investigación en tiempos del juez federal Juan José Galeano.

El derrumbe de aquella pesquisa terminó con las carreras tribunalicias de Galeano, Mullen y Barbaccia, pero Nisman salió ileso. Más aún, el presidente Néstor Kirchner le pidió al procurador Esteban Righi en 2004 que lo designara al frente de una nueva Unidad Fiscal con el único objetivo de darle, según prometió, impulso definitivo a la investigación.

"Todos debemos estar frente a la Justicia y los que más responsabilidad tenemos, debemos rendir cuentas de nuestros actos", afirmó Kirchner al entregarle a Nisman los archivos secretos con las pesquisas de la ex SIDE. En un acto en la Casa Rosada, el entonces jefe de Estado respaldó al fiscal. Su labor, le dijo, podía "ser un antes y un después".

Durante los siguientes cuatro años, Nisman pareció darle la razón. Mostró ciertos avances, al mismo tiempo que reforzó su sintonía con la Casa Rosada -en especial con el entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, que servía de canal de comunicación con los Kirchner-, con la ex SIDE y con el gobierno de Estados Unidos.

Sin embargo, sus primeros pasos al frente de la Unidad Fiscal levantaron críticas. En particular, por concentrarse en la "pista iraní", es decir, la hipótesis que deja al régimen de Teherán como máximo responsable por el atentado contra la AMIA, en desmedro de otras posibilidades, como la "pista siria". Acaso una de las más tempranas señales sobre su polémica actuación se vio cuando, en noviembre de 2005, anunció que se había identificado a Ibrahim Hussein Berro como el conductor de la Traffic del atentado gracias a los testimonios de dos de sus hermanos en Michigan, Estados Unidos, y la confirmación posterior de una testigo argentina. Al poco tiempo, las sospechas sobre Berro se derrumbaron. Sus hermanos lo desmintieron -uno de ellos contó que se había reunido semanas después del atentado con el supuesto conductor inmolado-, y también lo relativizó la testigo argentina durante el juicio oral. Pero con ese anuncio Nisman le había aportado al Gobierno una supuesta novedad judicial de relevancia para mostrar durante un encuentro programado con directivos del Comité Judío Americano (AJC, en inglés).

Once meses después, en noviembre de 2006, Nisman acusó a Irán como autor intelectual del atentado, a la agrupación Hezbolah de ejecutarlo y pidió el procesamiento de una decena de funcionarios iraníes, a lo que hizo lugar el nuevo juez de la causa, Rodolfo Canicoba Corral.

Los nuevos bríos a la pesquisa dieron fruto al año siguiente, cuando Interpol emitió "circulares rojas" sobre cinco de esos funcionarios, que afrontan desde entonces órdenes de detención alrededor del mundo.

La actuación de Nisman tuvo otra polémica en mayo de 2008, cuando pidió la detención del ex presidente Carlos Menem y del ex juez Galeano, a los que acusó de entorpecer durante años la "pista iraní".

Para la embajada de Estados Unidos, la movida del fiscal respondió a razones ajenas a la pesquisa. Nisman buscó así, indicó en un cable que envió a Washington (según reveló WikiLeaks), "congraciarse con la presidenta Cristina Kirchner mediante la persecución de sus enemigos políticos".

A partir de entonces, sin embargo, el equilibro de alianzas comenzó a cambiar. Tras la salida de Alberto Fernández del Gobierno y la muerte del ex presidente Kirchner en octubre de 2010, Nisman se alejó de la Casa Rosada y reforzó su alineamiento con Washington, según surge de otros cables que ventiló WikiLeaks.

Esos cables muestran que el fiscal llegó a adelantarles a los diplomáticos estadounidenses varios escritos que aún no había presentado ante la Justicia. O a corregir sus borradores sobre la base de los consejos de los delegados en el país del FBI. O hasta pedirles disculpas, repetidas veces, cuando tomó alguna medida importante sin consultarles antes.

Pero si Nisman mutó sus relaciones con el oficialismo y Washington, en cambio siempre mantuvo su sintonía con la ex SIDE. Al menos, con el ala que respondía a su por entonces todopoderoso director de Operaciones, Antonio "Jaime" Stiusso.

Esa comunión con Stiusso -y, a través de él, con los servicios de Estados Unidos, Israel, Francia y Alemania- le valió más cuestionamientos. Se le achacó que se valía en exceso de material aportado por los espías, -por lo general, material opaco, muy difícil de judicializar-, en desmedro de pruebas duras y consistentes.

"Yo usé una mínima parte de los informes de inteligencia de Stiusso, no porque fuera malos, sino porque no se podían usar", se defendió el fiscal en una de sus últimas declaraciones públicas. "Eso lo ponía de malhumor a Stiusso. A mí no me manjeó ni Stiusso ni nadie. Las decisiones las tomo yo y son exclusivamente mías. Se ha creado un mito alrededor de esta persona", replicó.

Para la Casa Rosada, no fue ningún mito y vio los hilos de Stiusso detrás de Nisman cuando, la semana pasada, el fiscal acusó a la Presidenta y al canciller Héctor Timerman, entre otros, de negociar un supuesto encubrimiento de los responsables iraníes a cambio de relanzar el comercio bilateral: petróleo por granos.

La respuesta del Gobierno fue inmediata. "Disparatada, absurda, ilógica, irracional, ridícula y violatoria de artículos esenciales de la Constitución", dijo el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, sobre la denuncia, que asoció a un complot de "un sector de la Justicia", agentes desplazados de la ex SIDE y "grupos de inteligencia internacionales".

Desde hacía tiempo, el distanciamiento entre la Casa Rosada y Nisman era explícito. La ruptura ocurrió cuando, tras negarlo durante dos años, el Gobierno anunció que negociaba un memorándum con Teherán. Mientras se debatía ese acuerdo en el Congreso, el fiscal acusó a Irán de infiltrarse en América latina para fomentar actos terroristas.

Con una verdadera colección de amenazas sobre sus espaldas tras años al frente de la Unidad Fiscal, Nisman se movía siempre rodeado de custodios. Pero lo que más lo mortificaba era cómo vivirían la tormenta que se ceñía sobre él las dos hijas, menores de edad, que tuvo con la jueza federal de San Isidro, Sandra Arroyo Salgado, de quien se separó hace más de tres años.

"Yo puedo salir muerto de esto", planteó al acusar a la Presidenta por encubrimiento. "Desde hoy, mi vida cambió. Es mi función como fiscal y le tuve que decir a mi hija que iba a escuchar cosas tremendas de mi persona", se lamentó. Vislumbraba, entre otros, dardos sobre sus gastos mensuales, sus propiedades (como su lujoso departamento de Puerto Madero) y su vida sentimental.

Pese a esos temores, Nisman parecía convencido de lo que hacía. Por eso interrumpió un viaje por Europa con una de sus hijas, volvió al país y, en plena feria judicial de enero, presentó la denuncia penal contra la Presidenta. ¿Por qué ese apuro? ¿Por qué no la presentó en diciembre, antes de la feria, o en febrero, al reanudarse la actividad habitual de los Tribunales? ¿Creyó acaso que lo removerían de la Unidad Fiscal y buscó anticiparse?

En cualquier caso, Nisman movió sus piezas contra reloj, mientras cruzaba mensajes con colegas de Tribunales a los que dijo que, pese a las presiones y amenazas y el estrés extremo, llevaba años preparándose para eso. Decía que quería declarar ayer en el Congreso. Pero algo pasó desde el sábado o el domingo. A la noche apareció en el baño de su departamento con un tiro en la sien

análisisGDA/La Nación

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