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Las Vegas amaneció una ciudad partida

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Mandalay Bay: la zona donde sucedió la matanza seguía ayer como escena del crimen. Foto: AFP
Crime scene tape surrounds the Mandalay Hotel (background) after a gunman killed at least 50 people and wounded more than 200 others when he opened fire on a country music concert in Las Vegas, Nevada on October 2, 2017. Police said the gunman, a 64-year-old local resident named as Stephen Paddock, had been killed after a SWAT team responded to reports of multiple gunfire from the 32nd floor of the Mandalay Bay, a hotel-casino next to the concert venue. / AFP / Mark RALSTON US-CRIME-SHOOTING
MARK RALSTON/AFP

MASACRE EN LAS VEGAS: EL DÍA DESPUÉS

La población local está dividida entre el impacto de la tragedia, y la inquietud porque el show continúe.

Mandalay Bay: la zona donde sucedió la matanza seguía ayer como escena del crimen. Foto: AFP
Mandalay Bay: la zona donde sucedió la matanza seguía ayer como escena del crimen. Foto: AFP

A pocos kilómetros de llegar a Las Vegas, sobre el roquedal que domina el paisaje, un enorme cartel impone presencia: "Gun Pro Club". Se trata de un aviso de un club de tiro, cuyo sitio web apenas se ingresa, deja en claro la misión: "Blow shit up". Algo así como "venga a hacer volar cosas", pero de forma menos delicada.

Este cartel no dejaba de ser una paradoja cruel, cuando la ciudad etiquetada como la capital nacional del entretenimiento, se encuentra de luto tras la peor tragedia causada por armas de fuego de la historia de los EE.UU. Un puesto, además, que implica competencia fuerte en el ranking, ya que hace menos de un año, otro asesino solitario armado, mataba a 49 personas en un club nocturno en Orlando.

Y el luto es ostensible. Los enormes carteles luminosos que dan identidad a la ciudad, se encuentran marcados por el color negro, mensajes que llaman a donar sangre, que homenajean a las víctimas, y que convocan a "rezar por Las Vegas". Esa parece ser la tónica de este "día después". Por un lado, el dolor y la consternación ante un hecho tan tremendo. Por otro, la preocupación por el futuro de una ciudad que se ha construido sobre la diversión y la ilusión del escape de las amarguras cotidianas.

La gente que se cruza por la calle durante el complicado camino para llegar hasta la puerta del Hotel Mandalay, centro de la tragedia, refleja perfectamente esa dicotomía. Las dos amigas que se abrazan al borde del llanto alegrándose por estar a salvo, el señor mayor que le cuenta a un familiar por teléfono los detalles de la noche de horror, y la pareja con cara de consternación que consulta a un policía a dónde dirigirse para averiguar el paradero de una persona amiga con la que perdieron contacto en la locura del episodio.

Tal vez los policías sean los que más expresan en sus rostros la magnitud de la tragedia. Los usualmente rígidos y secos agentes estadounidenses, aceptan las preguntas de los curiosos, conversan con la prensa, y exhiben un tono comprensivo. Aunque no por ello habilitan el paso a nadie a 200 metros del lugar de los hechos. La tradicionalmente bulliciosa avenida conocida como el "Strip", presenta una imagen luctuosa, completamente vacía, y rodeada de cintas amarillas y enormes patrulleros. Imagen que se potencia al mirar la dorada fachada del hotel, donde sobresale la mancha negra de la ventana rota desde la cual el francotirador desató la masacre.

Pero también la fiesta sigue su camino. En el casino del hotel que hospedaba al autor, decenas de personas juegan en las mesas y tragamonedas como si nada hubiera pasado. En la calle, un grupo de jóvenes hacen chistes ruidosos mientras comparten un botellón de plástico. Y por las calles denominadas Frank Sinatra o Dean Martin, los autos de lujo aceleran intentando huir del atasco de media tarde.

La gran preocupación de los legisladores y dirigentes sociales que eran entrevistados por la TV local era dejar claro que se trataba de un hecho aislado, y que las autoridades estaban tomando todas las precauciones para que la ciudad pudiera seguir su ritmo de vida natural.

Las pocas personas interesadas en comentar el hecho por la calle, dirigen su ira a las normas de control de armas, un tema álgido que divide radicalmente a este país. Un país que, además, se encuentra hoy dividido como nunca. "No puede ser que cualquiera pueda comprar un arma de guerra", dice un paseante. "En Australia tenían el mismo problema, hasta que los políticos se pusieron de acuerdo y se limitó la venta", señala alguien en la radio. Lo curioso es que el estado de Nevada tiene las regulaciones más livianas a la hora de vender armas en todo el país, al punto que un ciudadano no precisa un permiso especial para adquirir una. Y Las Vegas es sede del mayor evento mundial de venta de armas, conocido como el "Shot Show", que reúne a más de 60 mil personas cada año.

Como cada vez que ocurre un hecho así, el tema volvió a tomar la arena política, con la diputada demócrata Nancy Pelosi llamando a cambiar las leyes en la materia, y la portavoz del presidente Trump, Sarah Sanders, diciendo que en pleno momento de dolor, no es tiempo de pensar en ese tipo de cosas. Mientras Las Vegas lame sus heridas, y el país busca una explicación, lo claro es que el show debe continuar.

"Trato de no pensar. Da miedo".

Gritos de alegría reciben el anuncio del barman al caer la tarde: comienza la "Happy Hour" en el hotel-casino Mandalay Bay en Las Vegas.

Han pasado poco más de 12 horas desde la matanza. Y el hotel trata de forzar un ambiente de normalidad. Bill Cook es de Nueva York y viajó a Las Vegas para una conferencia algunas horas antes de que Stephen Paddock abriera fuego contra la multitud. "Estoy tratando de no pensar en lo que pasó, me siento horrible por la gente involucrada y mis oraciones y pensamientos están con ellos y sus familias", dijo este ingeniero de 48 años en el casino.

La habitación de Cook estaba en la fachada opuesta al lugar desde donde disparó Paddock, pero dijo que se enteró de lo ocurrido por un mensaje enviado a su celular por los organizadores del evento al que acudió.

Contó que oficiales de la tropa de élite SWAT pasaron por su habitación para chequear que no hubiera resultado herido. "Es casi surrealista, honestamente. Estoy seguro que volveré a Las Vegas en algún momento. Creo que hicieron un buen trabajo para mantener la situación bajo control. Da miedo pero hay tantas cosas pasando en el mundo, que si dejas que esto te afecte, tendrás que siempre estar escondido en una esquina", dijo. Aunque no tiene intenciones de recortar su estadía, Cook contó que un amigo de Nueva York se vio más afectado y volvió a casa. "Estaba dos pisos arriba del tirador y oyó todo, vio todo", contó.

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