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Trump en su laberinto

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Si hubiese sido Trump quien perdía la elección en el Colegio Electoral a pesar de haber obtenido doscientos mil votos más en las urnas, su primera reacción no habría sido admitir el triunfo del rival. De hecho, había denunciado "fraude" semanas antes de la votación, afirmando que, salvo que él ganara, el resultado sería ilegítimo.

Por el contrario, a pesar de haber ganado en el voto directo, Hillary Clinton felicitó a Trump ni bien quedó clara la composición del Colegio Electoral, y exhortó a sus votantes a aceptar el resultado. Lo mismo hizo Barak Obama.

El sistema electoral norteamericano naufraga en situaciones de alta paridad, permitiendo la anomalía de que obtenga la presidencia quien saca menos votos directos. Pasó con George W. Bush, cuando se impuso a pesar de haber obtenido varios millones de votos menos que Al Gore. En ese caso, incluso mediando la turbia decisión de un tribunal de Florida, la decisión demócrata fue deponer la denuncia para preservar la paz institucionalidad y social.

Es difícil pensar que, en la situación inversa, habrían actuado del mismo modo los ultraconservadores que acosaron a Bill Clinton con el azote legislativo de Newt Gingrich y con la inquisidora persecución del fiscal Kenneth Starr, y que engendraron el Tea Party para hostigar a la administración Obama desde el primer minuto. Sobre todo, abierto antes de tiempo el paraguas del fraude, está claro que un gobierno de Hillary habría sido blanco de desestabilización desde su nacimiento.

Lo curioso es que a la gobernabilidad de su gobierno, más que negociarla con la oposición, Trump va a tener que acordarla con el partido en el que llegó a la Casa Blanca.

La dirigencia republicana ve al magnate inmobiliario como un impostor que, sobre todo en materia económica y de política exterior, tiene posiciones que van a contramano de las del partido de los conservadores.

Si, por ejemplo, Trump intenta cumplir su promesa de proteccionismo económico y sepultar los tratados de libre comercio en marcha, y si se alinea con Rusia en los conflictos de Siria y Ucrania, su gestión podría tener las peores turbulencias dentro del propio oficialismo.

Posiblemente, Trump se deje regular por el aparato republicano hasta en sus dichos y gestos. Pero si el Trump presidente es una continuidad lineal del que ha sido hasta ahora, el fantasma del juicio político podría sobrevolar la Casa Blanca.

LA BITÁCORA

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