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Trump da pasos para la historia; primer presidente de EE.UU. en Corea del Norte

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Donald Trump y Kim Jong Un. Foto: AFP.
BRENDAN SMIALOWSKI

ENCUENTRO

“¿Quiere que cruce la línea?”, pregunta el mandatario norteamericano a Kim Jong-un.

"¿Quiere que cruce la línea?" “Me sentiré muy honrado si lo hace”. Con estas palabras, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump y el líder de Corea del Norte, Kim Jong Un, cumplieron ayer domingo en la frontera entre las dos Coreas un nuevo acercamiento, aparentemente espontáneo, que parecía inverosímil hasta último momento.

Son unas baldosas de cemento, de algunos centímetros de altura, que simbolizan la frontera más hermética del mundo. Trump las atravesó, escribiendo una página de historia en compañía de su “amigo” norcoreano.

Jamás un presidente de Estados Unidos en ejércicio había pisado suelo de Corea del Norte, que se enfrentó con su hermana del Sur en un sangriento conflicto entre 1950-1953, concluido con un armisticio pero sin tratado de paz hasta hoy.

Fue, por otra parte, el emblemático pueblo de Panmunjom, donde fue firmada la tregua, el elegido para esta tercera reunión Trump-Kim.

Si se cree en el resumen que hizo Trump a la prensa, esos pocos pasos en territorio norcoreano no estaban preparados por adelantado cuando estrechó la mano de Kim.

“Le dije: ‘¿Quiere que cruce la línea?’ Me respondió: ‘Me sentiré muy honrado si lo hace”. Verdaderamente no sabía lo que iba a decirme”, testimonió el presidente estadounidense tras haber acompañado a Kim a su país, al término de una reunión que duró en total algo más de una hora bajo un cielo gris.

Según una disposición adoptada por su administración, los ciudadanos estadounidenses no están autorizados a visitar Corea del Norte.

Trump envió, sin embargo, una invitación por Twitter a Kim para verlo en la Zona Desmilitarizada, la famosa “DMZ” que separa a las dos Coreas. El presidente aseguró que no sabía si Kim iba a responder presente cuando publicó su tuit. “Si no hubiese venido, la prensa no me hubiera perdonado”, afirmó.

Esta invitación de último minuto fue juzgada “interesante” el sábado por un alto responsable de Pyongyang, pero hubo que esperar hasta mitad de la jornada dominical para que el encuentro sea confirmado oficialmente por Corea del Sur, un poco más de tres horas antes de que tuviese lugar.

Donald Trump y Kim Jong Un. Foto: EFE.
Donald Trump es testigo del encuentro entre Kim Jong-un y el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, en Panmunjom. Foto: EFE.

Improvisan

Este encuentro tuvo un aire de improvisación, a diferencia de las dos cumbres anteriores Trump-Kim en Singapur y Hanói, cuidadosamente coreografiadas.

En Singapur, los dos hombres aparecieron al mismo momento de cada lado de un escenario antes de encontrarse en el centro para su primer apretón de manos, delante de exactamente el mismo número de banderas de los dos países.

Esta vez nadie parecía saber demasiado en qué momento iban a iniciar su larga caminata uno hacia el otro, según los gestos hechos por responsables estadounidenses en dirección de los norcoreanos.

Esforzándose de manera evidente en caminar lentamente, Trump, llegado a pie desde Corea del Sur, termina por alcanzar la línea de demarcación algunos segundos antes que Kim, vestido como es habitual con un traje con cuello Mao oscuro. Se estrechan la mano, conversan brevemente y luego Trump pone su pie en las baldosas de cemento antes de cruzar al Norte, solo, ya que los fotógrafos y camarógrafos que lo acompañan tienen que quedarse en el Sur. Los reporteros gráficos están furiosos: le gritan a sus homólogos norcoreanos que rodean a los dirigentes y bloquean el momento histórico para sus lentes.

Al regresar al Sur, Trump murmura algo en el oído del norcoreano, que estalla de risa. Los dos hombres se retiran luego para una entrevista en un edificio ubicado en el Sur.

Alcances

La entrevista duró mucho más que los dos minutos mencionados el sábado por el presidente, cuando hablaba de ir a “saludar” al heredero de los Kim.

Los analistas están divididos sobre el alcance del tercer encuentro entre los dos gobernantes, entre un simple golpe de comunicación o un gran paso hacia la paz. La reunión volvió a atraer la atención del mundo hacia un dúo que se había desinflado tras el fracaso de su segunda cumbre en Hanói en febrero debido al desacuerdo sobre la desnuclearización de Pyongyang.

Estados Unidos exige a Corea del Norte que renuncie de manera definitiva a su programa nuclear, mientras que el régimen totalitario reclama como condición previa el levantamiento de las sanciones internacionales de las que es objeto.

Durante un minuto histórico Trump pisó el suelo norcoreano. El símbolo es importante para dos países que amenazaban con aniquilarse hasta hace apenas un año y medio. Esos pocos pasos, a pesar de la ausencia de progreso hacia la desnuclearización de Corea del Norte, muestra “la fuerza de atracción” de Pyongyang, subrayó Soo Kim, exanalista de la CIA. “Kim no necesitó mover un dedo para que Trump atraviese la zona desmilitarizada entre ambas Coreas”, afirmó. Le bastó agitar “un seductor elixir en base a astucia y retórica amenazante”, indicó la experta.

Desde el fracaso de la cumbre de Hanói, Pyongyang acusaba a Washington de haber actuado de “mala fe” y le había dado hasta fin de año para cambiar su postura.

Las dos partes ya no tenían conversaciones oficiales y Corea del Norte provocó tensiones el mes pasado al lanzar misiles de corto alcance por primera vez desde noviembre de 2017.

El encuentro permite el relanzamiento de las discusiones sobre la cuestión nuclear a nivel de grupos de trabajo dentro de dos o tres semanas, como anunció Trump, quien reveló además haber invitado a Kim a viajar a Estados Unidos.

La entrevista tiene el “potencial de relanzar las negociaciones bloqueadas”, reconoció David Kim, del círculo de reflexión Stimson Center, pero ahora serán cruciales las discusiones a nivel operativo. “Lo que nos falta es sustancia, no teatro”, dijo.

“Se trata de un “enorme regalo de Kim a Trump”, según Go Myong-hyun, analista del Instituto Asan de Estudios Políticos en Seúl, al recordar que Washington no ha respondido al pedido de Pyongyang para reanudar las negociaciones: un levantamiento de las sanciones internacionales. “Corea del Norte dio una nueva oportunidad a Trump al mantener con vida a la diplomacia gracias al vínculo personal” entre los dos dirigentes, estima Go.

Se trata también de un regalo hecho a Kim: Corea del Norte, preocupada por aparecer como igual de Estados Unidos buscaba desde hacía mucho tiempo conseguir una visita a su suelo de un presidente estadounidense.

Sin embargo, para un Trump que ya anunció su campaña para la reelección en 2020 y un Kim que necesita desesperadamente una victoria luego de un resultado humillante en Hanói, esta tercera reunión fue demasiado corta.

MÁS

Una zona fortificada y casi sin habitantes

Donald Trump y Kim Jong-un hasta ahora no se habían reunido en un lugar tan simbólico: la Zona Desmilitarizada, la franja fuertemente fortificada que divide las dos Coreas y que recuerda que, pese a 66 años de tregua más o menos tensa, la guerra entre los dos países (1950-1953) técnicamente continúa. Mide 245 kilómetros de largo, y cuatro kilómetros a lo ancho. Su eje a lo largo, la Línea de Demarcación (LD), señala dónde se encontraban las líneas de frente cuando se firmó el armisticio. De allí, cada ejército retrocedió dos kilómetros. Esa zona fronteriza ha quedado deshabitada: en ningún momento puede haber más de mil personas en cada lado de la LD.

Dentro de la DMZ solo dos poblaciones están habitadas, Taesondong en el sur y Kijong-dong en el norte. Si en la primera existen estrictas reglas sobre quién puede residir allí, la segunda está deshabitada y únicamente sirve para fines propagandísticos, según los soldados del Mando Conjunto en el lado sur. El resto es una larga línea que, sin que el hombre la haya pisado en décadas, se ha convertido en una auténtica reserva natural donde han encontrado refugio numerosas especies que ven empequeñecer su hábitat de manera alarmante en otras zonas. Aunque la presencia de torretas y de alambradas impide olvidar la razón de ser de esta zona.

A lo largo de los kilómetros de frontera el Área de Seguridad Conjunta en Panmujom, apodada “la aldea de la paz”, es el único punto donde los soldados del Norte y del Sur se ven las caras. Allí, precisamente, se firmó el armisticio que detuvo la guerra. En sus edificios de conferencias, sus características casetas azules sobre la línea de demarcación, se han celebrado numerosas rondas de conversaciones militares. (Fuente: El País de Madrid)

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