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El "sueño americano" en tiempos de indignación

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Las razones que atizan el descreimiento de los electores actuales.

El mito del sueño americano es más reciente de lo que se piensa. El término lo acuñó el historiador James Truslow Adams en el libro La épica de América, escrito en 1931.

"No es un sueño simplemente de automóviles y salarios altos, sino un sueño de orden social al que hombres y mujeres pueden aspirar sin importar las circunstancias fortuitas de su nacimiento o posición", explicaba el autor.

El igualitarismo estadounidense no habla de igualdad de resultados, sino de oportunidades. La Declaración de Independencia, de 1776, no garantiza el derecho a la felicidad, sino a buscar la felicidad: el resultado depende del talento de cada uno en ello. El optimismo, se dice, está inscrito en los genes de este país: desde la fundación hasta el republicano Ronald Reagan, que en 1989 se despidió de la Casa Blanca retomando las palabras del puritano John Winthrop sobre "la ciudad radiante sobre la colina", metáfora de Estados Unidos como faro de la humanidad.

Junto a la tradición optimista, la del sueño americano, existe una tradición sombría, su reverso: la pesadilla americana. Es el miedo permanente a caer por el precipicio: las teorías conspirativas, el país acechado por amenazas internas y externas. Todo esto se manifiesta ahora en los discursos de políticos como Trump o Cruz. Pero también es la tradición del malestar que definió la presidencia del demócrata Jimmy Carter con la crisis del petróleo y las crisis internacionales que erosionaban la influencia exterior de EE.UU. Después de Carter, EE.UU. recupera momentáneamente la sonrisa con Reagan y, tras el intervalo de George Bush padre, con el demócrata Clinton, en los noventa, que retrospectivamente parece una época dorada. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 cierran una etapa. Las guerras de Irak y Afganistán cuestan dinero y sangre y, como Vietnam 30 años antes, terminan sin victoria. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria, la caída de Lehman Brothers y la Gran Recesión agravan el pesimismo.

El malestar actual —la polarización política, la desconfianza respecto a las instituciones y el establishment que encarnan los Clinton o, en el bando republicano, los Bush— viene de los años del republicano George W. Bush. Con Obama, el presidente que quiere cerrar las divisiones y unir a blancos y negros, jóvenes y mayores, demócratas y republicanos, se dispara.

El primer paso a noviembre

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