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Recostruir Notre Dame

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La catedral de Notre Dame envuelta en llamas. Foto: AFP

OPINIÓN

Siempre hay un efecto de estupefacción absoluto cuando se alcanza a un monumento simbólico en su propio corazón.

Uno lo olvida a menudo, pero las piedras no son solamente piedras, son la materia misma del espíritu, del sentimiento y de la Historia.

En sus juntas se articulan lo espiritual y lo temporal.

Notre Dame, antes de ser Notre Dame, y un sitio turístico, fue en primer lugar una plegaria dirigida al infinito y a la mejor parte del hombre.

Cuando se es parisino como yo, por nacimiento y educación, Notre Dame es paisaje en el paisaje, consustancial al Ser, con sus torres macizas, la geometría mágica de sus rosetones, sus santos y sus demonios esculpidos.

Cuantas veces, caminando por el crepúsculo azul del Sena, adolescente o ya mayor, solo, acompañado o abandonado, soñador o concentrado, vagabundeando o apurado, soñé con esa nave de piedras mudas talladas en la materia misma de nuestra Historia navegando, majestuosa, a lo largo de las aguas negras de las ramblas de París.

¡Cuánta Historia!

Desde nuestros Reyes hasta nuestros Presidentes, pasando por nuestros Emperadores y nuestros Revolucionarios.

En Francia nuestros monumentos siempre están vinculados con nuestra Historia. La campana mayor de Notre Dame siempre sonó tanto para nuestros fracasos como para nuestros éxitos.

Y sin embargo Notre Dame se confunde con la historia del pueblo humilde y también admirable, esa muchedumbre anónima de artesanos y de maestros y aprendices que a lo largo de los siglos la han elevado en esa majestad arquitectónica.

Notre Dame se confunde también con nuestros escritores. Podemos decir al respecto que Victor Hugo reinventó a Notre Dame de París. Que se volvió después de él un libro de piedra y de mitos, cinematográfico y musical.

Hoy, Notre Dame fue en parte salvada por nuestros admirables bomberos de París.

Tengo mucha admiración por los bomberos; recuerdo su admirable coraje estando en la misión de Nueva York en el momento del 11 de septiembre. Los de París salvaron a Notre Dame.

Notre Dame no solamente pertenece a los parisinos o a los franceses. Es un tesoro compartido, universal.

Vivir el drama de su cremación estando fuera del país es un momento muy particular. Es experimentar de manera extraordinaria una emoción potente y desinteresada.

El estupor, el espanto, la tristeza fueron vividas con una intensidad muchas veces al igual que en Francia, en Europa por supuesto, pero también en Asia, Africa y América Latina.

Los mensajes de amistad recibidos en Uruguay fueron para cada francés que vive aquí, un consuelo.

Notre Dame renacerá por supuesto de sus cenizas. Es uno de nuestros genios propios. Francia es un país de constructores. Notre Dame será reconstruida y será reestablecida dentro de su proyección internacional de aquí a cinco años, anunció el presidente Macron.

Notre Dame renacerá también con el apoyo de los pueblos y de los países del mundo, a quienes pertenece también esta catedral.

Nunca la expresión de patrimonio común de la humanidad fue tan acertada.

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