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En la oscuridad

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Primer paso: dilucidar si fue asesinato o suicidio. Segundo paso: dilucidar cuál sería, en este caso, la diferencia entre el asesinato y el suicidio.

Que haya sido el dedo de un sicario o el dedo del fiscal el que apretó el gatillo, no parece lo más relevante. Lo relevante es el motivo que empujó a ese dedo.

Aunque Nisman se haya suicidado, difícilmente la razón esté en un desencanto amoroso o una tristeza existencial. El fiscal murió pocas horas antes de protagonizar el acontecimiento más importante y sísmico de su carrera judicial: presentar ante el Congreso lo que él consideraba irrefutables pruebas de un delito monstruoso, cometido por el gobierno de Cristina Kirchner.

Por eso su muerte en la noche hizo que Argentina amaneciera a oscuras. Una sombra densa cayó sobre un país donde los crímenes jamás se dilucidan.

Hay dos universos de la literatura detectivesca. En el universo de Arthur Conan Doyle, G. K. Chesterton y Agatha Christie, la oscuridad está en la trama, pero el desenlace siempre trae la claridad con la dilucidación de cada crimen.

El otro universo del género es el de Dashiell Hammett, donde los crímenes quedan sin dilucidar y, por lo tanto, la oscuridad de la trama prevalece triunfal en el desenlace.

La diferencia entre un universo literario y otro es que en el de los autores británicos, no entra el factor poder y el factor corrupción. En cambio en el del novelista norteamericano la corrupción y el poder están detrás de los crímenes y, con sus mil recursos, logran mantenerlos en la oscuridad.

Una larguísima lista de crímenes irresueltos muestra que Argentina orbita el universo detectivesco de Hammett. Por el poder de las mafias o por la corrupción del poder, muchos asesinatos quedan sin esclarecer.

Y es difícil imaginar que la muerte de Nisman se saldrá de esta regla.

Lo que resulta fácil imaginar es que el kirchnerismo culpará a los enemigos de Cristina, afirmando que solo a ellos beneficia la muerte del hombre que planteó la más grave acusación que se haya planteado contra el gobierno: conspirar para encubrir la masacre de argentinos que provocó un ataque presuntamente perpetrado por una potencia extranjera.

La muerte del fiscal agigantó de manera sideral la, de por sí, inmensa sospecha que su acusación hizo caer sobre el gobierno.

Pero que el gobierno quede como principal sospechoso, no le alcanzará al kirch-nerismo y su aparato mediático para empujar la sospecha hacia el terreno opositor. Sucede que, más allá de la intención que lo decidió a emprender semejante cruzada judicial, estaba claro que era un profesional altamente capacitado. Así al menos lo entendió Néstor Kirchner, cuando en un tiempo sin crisis energética y con necesidad de diferenciarse en todo de su antecesor, el menemismo (que encubrió groseramente la masacre de AMIA), se dispuso a echar luz sobre el caso impulsando la designación de un fiscal preparado y competente.

Argentina ha comenzado a transitar un camino de tinieblas políticas y judiciales. No viene de la claridad, pero la muerte de Alberto Nisman la ensombrece mucho más.

Todo vale a la hora de dudar. En el universo detectivesco de Hammett nunca puede descartarse nada, por sórdido y sombrío que parezca. Pero inevitablemente, la sospecha se volcará primero sobre el gobierno y sobre sus allegados.

El momento (a horas de acusar ante el Congreso a las cumbres del poder) y la forma de esa muerte (sea asesinato o suicidio), parecen dibujar un dedo acusador apuntado en una dirección.

LA BITÁCORA

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