La realidad definida por la acción del Estado resulta mortificante, en particular, para la generación más nueva de cubanos, como es el caso de José Luis Rodríguez Roig, de 24 años, quien es propietario junto con su padre de una cafetería privada, en la que vende pizzas, hamburguesas y café.

Señala que los precios que fija el gobierno para la harina son demasiado altos para generar una ganancia. Por tanto, él como otros cubanos, recurre al mercado paralelo, lo que puede ponerlo en aprietos. "Hay trucos aquí y allá, pero la ley no va a cambiar", explicó, en una fiesta nocturna en la azotea de la casa de un amigo en La Habana.

Uno de sus amigos discrepó, argumentando que el gobierno pasa por un cambio. Es una conversación que se reitera en toda la isla.

"¿Cómo es posible que no lo veas?", insistió su amigo, Alejandro Rodríguez Zaldívar, de 30 años, quien era el afitrión de la fiesta. "Hay una embajada y la gente empieza a pensar diferente".

Después de 54 años de inmobilidad, existe el deseo entre los cubanos de ver de inmediato los frutos de la nueva era. Pero, el gobierno ha dicho que el cambio será lento. "El motivo por el que ha tomado tanto tiempo es que el gobierno recién ahora ve que el cambio está en su interés", dijo Yusbel Hernández Campanioni, quien estaba en la playa de Guanabo. "Si dependiera del pueblo cubano, hubiera ocurrido hace mucho tiempo".

Durante el verano, los jóvenes a menudo llegan en masa a las playas cercanas a La Habana, como Santa Marta, situada a 25 minutos en auto desde la capital. El transporte público de ida y vuelta cuesta menos de cinco centésimos de dólar. Es una salida accesible para los cubanos con pocos ingresos disponibles.

Tendidos en la arena, Campanioni y Yohendi Rodríguez Curreta, de 21 años bebían ron. Curreta dijo que el salario es un problema. Trabaja como conserje de un centro cultural por diez dólares mensuales y señala que es difícil solventar los productos básicos con ese salario.

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