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Niños que ponen rostro a la tragedia

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Las imágenes son las que al mundo le revelan la magnitud del horror. En la psiquis global, la desgracia relatada en diarios y noticieros termina convertida en abstracción; como si no estuviera ocurriendo en la realidad. Stalin lo graficó diciendo: "la muerte de un hombre es una tragedia, la muerte de un millón es una estadística".

Entonces llega una imagen que sacude la conciencia mundial porque le pone carne y hueso al horror.

Siempre hay un niño en esas postales. El mundo recién entendió que Hiroshima no era un hongo negro trepando al cielo, cuando vio las fotos que sacó Matsushigue, el sobreviviente del estallido nuclear que tomó las primeras imágenes de la "zona cero". Entre la gente que se derretía sobre escombros, una mujer llevaba en brazos un bebé carbonizado, repitiendo letárgicamente "abre tus ojos".

La sociedad norteamericana cobró conciencia de lo que ocurría en Vietnam, cuando vio a la pequeña Kim Phuc, corriendo desnudita con los brazos en cruz. Gritaba "quema, quema", y lo que la quemaba era el napalm que acaba de devastar su aldea.

La dimensión del sufrimiento de los refugiados sirios fue vislumbrada a nivel mundial por la foto de Aylan Kurdi, el niño lamido por las olas en una playa. Tenía tres años y murió en el naufragio de la embarcación inflable en la que una multitud huía del infierno de Kobane, la ciudad devastada por ISIS y defendida sólo por los kurdos, ante la deliberada indiferencia turca.

Ahora es la imagen del pequeño Omar Daqnesh, con la mirada extraviada tras una capa de sangre y polvo, la que sacude el orbe para que mensure la tragedia que vive Alepo. Lo acababan de rescatar entre los escombros de su hogar, en un barrio controlado por una milicia que enfrenta al régimen y también al ISIS.

Alepo fue la primera ciudad árabe que vio el genocidio armenio porque ahí llegaron los sobrevivientes del exterminio perpetrado por Turquía en Anatolia Oriental. Ahora vive una de las peores devastaciones de la guerra siria. En este caso, los bombardeos más indiscriminados los realizan los aviones de combate de Rusia y del régimen de Asad. Las bombas caen, impiadosas, desde hace semanas. La ONU muestra con cifras la dimensión de la catástrofe humanitaria. Pero lo que perforó la cápsula de abstracción fue la mirada perdida del pequeño Omar Daqnesh, emergiendo a través de una capa de polvo y sangre.

Hasta que los ojos del mundo quedaron frente al niño sentadito en la ambulancia, su tragedia no era una tragedia, sino "una estadística".

LA BITÁCORA

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