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Igual que caso FIFA

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La sensación que recorrió el mundo tras la reelección de Blatter en la FIFA se parece a la que causó Argentina tras la muerte del fiscal que acusaba a la presidenta Kirchner.

El cadáver de Nisman aún no se había enfriado y el país volvía velozmente a la normalidad, como olvidando la dimensión de la denuncia y su casi segura relación con la oscura muerte.

Que una bala le volara la tapa de los sesos horas antes de presentar al Congreso las pruebas que avalaban su sísmica denuncia, constituía un hecho de tal gravedad, que lo último que se podía esperar era que los argentinos salieran veloz y alegremente de la estupefacción.

En otra dimensión, que se revelara un entramado de megacorrupción en la FIFA provocó un escándalo de tal magnitud que, lo último que podía esperarse es que en la elección realizada en pleno tembladeral triunfara cómodamente el establishment a cuya sombra avanzó la putrefacción ética del ente que rige el fútbol mundial.

En Argentina, la muerte del fiscal sigue siendo un misterio y las pruebas que se disponía a presentar, desaparecieron.

Lo único visible es la destrucción del escenario del hecho, la campaña de difamación del muerto, claramente orquestada por servicios de inteligencia y la inoperancia opositora para imponer el esclarecimiento de una muerte cuya oscuridad oscurece al país.

En el espejo argentino está el reflejo de la FIFA, donde el sismo de la corrupción debió derribar a la cúpula encabezada por Joseph Blatter, que sin embargo permaneció en pie. Y eso que Michel Platini había diseñado una inteligente jugada para que el voto anti-Blatter de Europa y América no sea barrido en las canteras de votos favorables que el establishment tenía asegurado en África, Asia y Oceanía.

Alí ibn al Hussein era una carta fuerte, no solo por su juventud y su experiencia dirigencial, sino por ser hermano del monarca jordano Abdulá II y, por tanto, hijo de aquel lúcido estadista que fue el rey Hussein, quien logró el respeto del mundo musulmán, a pesar de haber reconocido a Israel, y posicionar estratégicamente a Jordania. Perteneciendo, además, a una dinastía hachemita, el príncipe jordano podía volcar en su favor el voto de muchos países musulmanes del norte de Africa, Asia y Oceanía. Ser hachemita implica tener como origen a clan Banú Hashim, creado por Hashim ibn abd al-Manaf, bisabuelo de Mahoma. Ergo, ser hachemita implica descender del profeta del Corán.

Pero no alcanzó. Así como en Argentina la indiferencia y el aparato kirchnerista de propaganda y difamación enterraron la significación de la muerte del fiscal Nisman, en la FIFA el poder de un establishment corrupto y decadente derrotó al mismísimo Mahoma.

La Bitácora

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Claudio Fantini

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